En los evangelios sinópticos encontramos la enseñanza de Jesús referente a la “blasfemia contra el Espíritu Santo”. Nos indica la Sagrada Escritura que “todo pecado y blasfemia se perdonará a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu no será perdonada” (San Mateo 12, 32; San Lucas 12, 10; San Marcos 3, 29), ¿cómo entender este pecado particular? El santo Papa Juan Pablo II, retomando las lecciones de Santo Tomás de Aquino, nos explica que esta falta consiste en el rechazo radical de aceptar la salvación que Dios ofrece al hombre por medio del Espíritu Santo.
Cristo mismo prometió la venida del Paráclito: el Espíritu vivificador que dispensa la verdadera conversión obrando en la consciencia del hombre para educar en el bien y discernir lo que es pecado. Sin embargo, el hombre que, con su propia voluntad, conociendo el bien, pero queriendo perseverar en el mal, no se abre a la fuente divina de la purificación, insiste en vivir en una falta de amor irremisible. Como nos dice el Papa Francisco, este pecado “comienza desde el cierre del corazón a la misericordia de Dios” (Ángelus, 10 de junio del 2018), para rechazar así la redención. Se debe a que el hombre se aprisiona en el pecado por propia elección, por falta de comunión con el Espíritu, quedando en condición de ruina espiritual e incluso de aniquilación. Este “no perdón” se debe entonces a la actitud de “no penitencia” e incluso de “impenitencia final” que hace imposible recibir libremente la purificación y el perdón.
Rechazar la redención equivale a rechazar la venida del Espíritu Santo en el propio corazón, y, por tanto, significa no recibir el fruto de su obra purificadora: el perdón. No se trata de un límite de la Misericordia de Dios, pues es infinita. Antes bien, la fuente de la redención queda siempre abierta, en virtud del sacrificio salvífico de la cruz, contando con que el Espíritu Santo tiene también su propia misión en la historia de la salvación. Dios es tan misericordioso que concede a todo hombre la oportunidad de abrir el corazón al don de su gracia. Así, el hombre es consciente que no ha sido creado para la muerte sino para la vida, y que tiene un alma inmortal. Entonces, si acepta la enseñanza íntima del Espíritu Santo como hijo de Dios, se espera no tome una actitud contraria, antes bien que se mantenga en la vigilancia siempre constante, suplicando como dice el salmo “oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro, no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu” (Salmo 51, 10-11).
Fuentes:
· Juan Pablo II -Sumo Pontífice- Carta Encíclica sobre el Espíritu Santo y la vida de la Iglesia en el mundo - “Dominum et Vivificantem”, 46. Ciudad del Vaticano, mayo 1986.
· Su Santidad Papa Francisco, Comentario al Evangelio, Ángelus del Domingo 10 de junio de 2018, Plaza San Pedro.
· Santo Padre, Papa Juan Pablo II, El Espíritu Santo en la oración y en la predicación mesiánica de Jesús, Audiencia General del 25 de julio de 1990, Ciudad del Vaticano.
En los evangelios sinópticos encontramos la enseñanza de Jesús referente a la “blasfemia contra el Espíritu Santo”. Nos indica la Sagrada Escritura que “todo pecado y blasfemia se perdonará a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu no será perdonada” (San Mateo 12, 32; San Lucas 12, 10; San Marcos 3, 29), ¿cómo entender este pecado particular? El santo Papa Juan Pablo II, retomando las lecciones de Santo Tomás de Aquino, nos explica que esta falta consiste en el rechazo radical de aceptar la salvación que Dios ofrece al hombre por medio del Espíritu Santo.
Cristo mismo prometió la venida del Paráclito: el Espíritu vivificador que dispensa la verdadera conversión obrando en la consciencia del hombre para educar en el bien y discernir lo que es pecado. Sin embargo, el hombre que, con su propia voluntad, conociendo el bien, pero queriendo perseverar en el mal, no se abre a la fuente divina de la purificación, insiste en vivir en una falta de amor irremisible. Como nos dice el Papa Francisco, este pecado “comienza desde el cierre del corazón a la misericordia de Dios” (Ángelus, 10 de junio del 2018), para rechazar así la redención. Se debe a que el hombre se aprisiona en el pecado por propia elección, por falta de comunión con el Espíritu, quedando en condición de ruina espiritual e incluso de aniquilación. Este “no perdón” se debe entonces a la actitud de “no penitencia” e incluso de “impenitencia final” que hace imposible recibir libremente la purificación y el perdón.
Rechazar la redención equivale a rechazar la venida del Espíritu Santo en el propio corazón, y, por tanto, significa no recibir el fruto de su obra purificadora: el perdón. No se trata de un límite de la Misericordia de Dios, pues es infinita. Antes bien, la fuente de la redención queda siempre abierta, en virtud del sacrificio salvífico de la cruz, contando con que el Espíritu Santo tiene también su propia misión en la historia de la salvación. Dios es tan misericordioso que concede a todo hombre la oportunidad de abrir el corazón al don de su gracia. Así, el hombre es consciente que no ha sido creado para la muerte sino para la vida, y que tiene un alma inmortal. Entonces, si acepta la enseñanza íntima del Espíritu Santo como hijo de Dios, se espera no tome una actitud contraria, antes bien que se mantenga en la vigilancia siempre constante, suplicando como dice el salmo “oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro, no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu” (Salmo 51, 10-11).
Fuentes:
· Juan Pablo II -Sumo Pontífice- Carta Encíclica sobre el Espíritu Santo y la vida de la Iglesia en el mundo - “Dominum et Vivificantem”, 46. Ciudad del Vaticano, mayo 1986.
· Su Santidad Papa Francisco, Comentario al Evangelio, Ángelus del Domingo 10 de junio de 2018, Plaza San Pedro.
· Santo Padre, Papa Juan Pablo II, El Espíritu Santo en la oración y en la predicación mesiánica de Jesús, Audiencia General del 25 de julio de 1990, Ciudad del Vaticano.