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Comentarios del foro

¿Cuál es la importancia del Antiguo Testamento?
In Sagradas Escrituras
Eco evangelii
12 oct 2021
En el año 1965 se clausuraba uno de los encuentros eclesiásticos más importantes del siglo XX, el Concilio Vaticano II, y en uno de sus constituciones hay un capítulo que le dedica al Antiguo Testamento (DV, 14 - 16). Revisemos punto por punto los numerales a fin de entender la importancia de estos escritos. Dei Verbum 14: La historia de la salvación consignada en los libros del Antiguo Testamento. «Dios amantísimo, buscando y preparando solícitamente la salvación de todo el género humano, con singular favor se eligió un pueblo, a quien confió sus promesas. Hecho, pues, el pacto con Abraham y con el pueblo de Israel por medio de Moisés, de tal forma se reveló con palabras y con obras a su pueblo elegido como el único Dios verdadero y vivo, que Israel experimentó cuáles eran los caminos de Dios con los hombres, y, hablando el mismo Dios por los Profetas, los entendió más hondamente y con más claridad de día en día, y los difundió ampliamente entre las gentes. La economía, pues, de la salvación preanunciada, narrada y explicada por los autores sagrados, se conserva como verdadera palabra de Dios en los libros del Antiguo Testamento; por lo cual estos libros inspirados por Dios conservan un valor perenne: “Pues todo cuanto está escrito, para nuestra enseñanza, fue escrito, a fin de que por la paciencia y por la consolación de las Escrituras estemos firmes en la esperanza” (Rom 15, 4)». Este primer texto nos indica en primer lugar el actuar de Dios en la historia pre-cristiana. Se nos habla de una Economía Salvífica dispuesta por Dios para revelarse a sí mismo a través del tiempo y a medida que el Pueblo Escogido era capaz de entender. Todas estas revelaciones son acogidas, en primer lugar, de manera oral (profetas) y transmitidas de igual modo entre los miembros del pueblo de Dios a fin de dar a conocer la Voluntad Divina entre sus integrantes; reconociendo así que lo expuesto en estos textos, al ser Voluntad Divina, son perennes. Dei Verbum 15: Importancia del Antiguo Testamento para los cristianos. «La economía del Antiguo Testamento estaba ordenada, sobre todo, para preparar, anunciar proféticamente y significar con diversas figuras la venida de Cristo redentor universal y la del Reino Mesiánico. Más los libros del Antiguo Testamento manifiestan a todos, el conocimiento de Dios y del hombre, y las formas de obrar de Dios justo y misericordioso con los hombres, según la condición del género humano en los tiempos que precedieron a la salvación establecida por Cristo. Estos libros, aunque contengan también algunas cosas imperfectas y adaptadas a sus tiempos, demuestran, sin embargo, la verdadera pedagogía divina. Por tanto, los cristianos han de recibir devotamente estos libros, que expresan el sentimiento vivo de Dios, y en los que se encierran sublimes doctrinas acerca de Dios y una sabiduría salvadora sobre la vida del hombre, y tesoros admirables de oración, y en los que, por fin, está latente el misterio de nuestra salvación». Para poder diferenciar la esencia de ambas partes en la estructura de la Biblia (y de la historia) hay que ser cristocéntricos. El Antiguo Testamento inicia desde el libro del Génesis hasta finalizar, 46 libros después, con el de Malaquías y su anuncio de Aquel que se le prometió al Pueblo de Dios. El contenido de todos estos textos ha ido preparando al Pueblo Escogido para su liberación, que de manera malentendida creían sería una liberación física o social cuando se refería a la espiritual. Todo esto, en el contexto de la Economía Salvífica, nos detalla la pedagogía de Dios y el crecimiento individual y grupal de aquellos sobre quienes había puesto su mirada. Dei Verbum 16: Unidad de ambos Testamentos. «Dios, pues, inspirador y autor de ambos Testamentos, dispuso las cosas tan sabiamente que el Nuevo Testamento está latente en el Antiguo y el Antiguo está patente en el Nuevo. Porque, aunque Cristo fundó el Nuevo Testamento en su sangre, no obstante, los libros del Antiguo Testamento recibidos íntegramente en la proclamación evangélica, adquieren y manifiestan su plena significación en el Nuevo Testamento, ilustrándolo y explicándolo al mismo tiempo». Existe por tanto una unidad entre ambas partes que componen la Biblia: en el Antiguo Testamento se educa al pueblo para la venida del Cristo mientras que en el Nuevo Testamento son las mismas enseñanzas de Cristo hechas públicas junto con sus frutos (cartas apostólicas, etc.). Ninguno es más importante que el otro, ambos conforman una unidad y uniformidad para complementarse y así ser material de salvación para todos los creyentes y la Iglesia, junto al Espíritu Santo, con su gran sabiduría, las utiliza de manera responsable para poder dar una correcta interpretación de la misma según los signos de los tiempos y aprovechándola para “condimentar” la vivencia eucarística en las celebraciones de los sacramentos. Fuentes: · Iglesia Católica. Documentos del Concilio Vaticano II. Constitución Dogmática Dei Verbum. Oficina de Información del Opus Dei en España. · Biblia de Jerusalen 2009. Biblia de Jerusalén. Desclée De Brouwer. Edición de Kindle.
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El pecado imperdonable, ¿realmente existe?
In Catecismo
Eco evangelii
12 oct 2021
En los evangelios sinópticos encontramos la enseñanza de Jesús referente a la “blasfemia contra el Espíritu Santo”. Nos indica la Sagrada Escritura que “todo pecado y blasfemia se perdonará a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu no será perdonada” (San Mateo 12, 32; San Lucas 12, 10; San Marcos 3, 29), ¿cómo entender este pecado particular? El santo Papa Juan Pablo II, retomando las lecciones de Santo Tomás de Aquino, nos explica que esta falta consiste en el rechazo radical de aceptar la salvación que Dios ofrece al hombre por medio del Espíritu Santo. Cristo mismo prometió la venida del Paráclito: el Espíritu vivificador que dispensa la verdadera conversión obrando en la consciencia del hombre para educar en el bien y discernir lo que es pecado. Sin embargo, el hombre que, con su propia voluntad, conociendo el bien, pero queriendo perseverar en el mal, no se abre a la fuente divina de la purificación, insiste en vivir en una falta de amor irremisible. Como nos dice el Papa Francisco, este pecado “comienza desde el cierre del corazón a la misericordia de Dios” (Ángelus, 10 de junio del 2018), para rechazar así la redención. Se debe a que el hombre se aprisiona en el pecado por propia elección, por falta de comunión con el Espíritu, quedando en condición de ruina espiritual e incluso de aniquilación. Este “no perdón” se debe entonces a la actitud de “no penitencia” e incluso de “impenitencia final” que hace imposible recibir libremente la purificación y el perdón. Rechazar la redención equivale a rechazar la venida del Espíritu Santo en el propio corazón, y, por tanto, significa no recibir el fruto de su obra purificadora: el perdón. No se trata de un límite de la Misericordia de Dios, pues es infinita. Antes bien, la fuente de la redención queda siempre abierta, en virtud del sacrificio salvífico de la cruz, contando con que el Espíritu Santo tiene también su propia misión en la historia de la salvación. Dios es tan misericordioso que concede a todo hombre la oportunidad de abrir el corazón al don de su gracia. Así, el hombre es consciente que no ha sido creado para la muerte sino para la vida, y que tiene un alma inmortal. Entonces, si acepta la enseñanza íntima del Espíritu Santo como hijo de Dios, se espera no tome una actitud contraria, antes bien que se mantenga en la vigilancia siempre constante, suplicando como dice el salmo “oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro, no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu” (Salmo 51, 10-11). Fuentes: · Juan Pablo II -Sumo Pontífice- Carta Encíclica sobre el Espíritu Santo y la vida de la Iglesia en el mundo - “Dominum et Vivificantem”, 46. Ciudad del Vaticano, mayo 1986. · Su Santidad Papa Francisco, Comentario al Evangelio, Ángelus del Domingo 10 de junio de 2018, Plaza San Pedro. · Santo Padre, Papa Juan Pablo II, El Espíritu Santo en la oración y en la predicación mesiánica de Jesús, Audiencia General del 25 de julio de 1990, Ciudad del Vaticano.
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¿Todos los que mueren van al cielo?
In Postrimerías
Eco evangelii
12 oct 2021
El Catecismo de la Iglesia Católica en su compendio, nos señala que ​​el cielo es el estado de felicidad suprema y definitiva. Nos explica antes, que la vida eterna comienza inmediatamente después de la muerte, y está precedida por un juicio particular para cada persona, por parte de Cristo. Es además una verdad revelada que el Bautismo es la vía necesaria para la salvación y un llamado universal, «id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo» (San Mateo 28, 19-18). Constantemente el hombre anhela la plenitud, y aquel que vive en fe o en el bien, desea firmemente “ver a Dios” En la postrimería de su vida, el hombre espera conocer la verdad, así podemos notar en el Evangelio cuando el apóstol Juan nos dice “seremos semejantes a él porque le veremos tal cual es” (1 Juan 3, 2). El cielo entonces corresponde también a alcanzar una visión y unión plena con Dios. Si bien la fe en la vida peregrina nos permite ver a Dios de manera velada; con el gozo del cielo en la vida eterna, esta unión se cumple de modo magno. Así pues, el compendio subraya que el premio del cielo después de la muerte y para la vida eterna, es estar en torno a Jesús, a María, a los ángeles y a los santos, formando la Iglesia del cielo, donde ven a Dios “cara a cara” (1 Corintios 13, 12). Sin embargo, la doctrina es clara al señalar que quienes gozan del cielo, son “todos aquellos que mueren en gracia de Dios y no tienen necesidad de posterior purificación”; por tanto, aun cuando todos los hombres están llamados a la conversión y consecuentemente al cielo, debemos comprender lo que sigue. En el momento de la muerte, cada persona es retribuida por Dios según su fe y obras, o bien con el acceso a la felicidad del cielo inmediatamente, o después de cumplir una purificación aún necesaria. Una segunda cuestión es que aquellos que necesitan purificar, mueren en amistad con Dios, pero no pueden gozar del cielo inmediatamente. En tal caso, el alma inmortal queda en estado de purgatorio para cumplir ese cometido. Y, al contrario, la retribución puede consistir en la condenación al infierno, cuando el hombre muere en pecado mortal y por libre elección no acepta la misericordia divina. Ahora bien, quién muere en gracia de Dios para gozar del cielo, es en principio aquella persona que recibe el Bautismo, pues este sacramento perdona el pecado original e impulsa a vivir una vida nueva en Cristo. Es importante que esa persona viva continuamente en cercanía a Dios, acogiendo la gracia santificante con el amor y guía del Espíritu Santo, perseverando en ello hasta el final. Pero, si una persona no ha conocido a Cristo y la Iglesia, y busca sinceramente a Dios, con buena voluntad y perseverancia en el bien siguiendo el impulso de la gracia, al morir puede acceder a la salvación y el cielo. Esto se llama Bautismo de deseo. También ocurre que aquella persona que se preparaba para recibir el bautismo, pero muere antes a causa de la fe, accede a la salvación; esto se llama Bautismo de Sangre. Y, no podemos omitir que los infantes que mueren sin el bautismo, están llamados a la salvación, por eso la Iglesia señala siempre con esperanza, incluso a través de su liturgia que hay fuertes razones para creer que ellos serán salvados por Dios y por tanto se le confía a su misericordia. Cristo ha muerto para la salvación de todos, y su obra redentora está siempre abierta, sin embargo, el hombre podría rechazarla e insistir en el mal hasta el final, en cuyo caso al morir no gozará del cielo. Y, si bien hay quienes acceden a la salvación sin recibir el sacramento del bautismo como explicamos antes, esto no significa que se pueda minimizar la necesidad del sacramento ni menos aún retardar su administración, pues es la vía ordinaria para que cada persona pueda contar con la gracia y los dones que le conduzcan a la llamada final de llegar al cielo. Fuentes: · Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, no. 209 “Creo en la Vida Eterna” Cfr. CIC no. 1023-1026; 1051. · Ídem, 212. Cfr. CIC no 1033-1035; 1056-1057. · Ídem, 263 Cfr. CIC no. 1262-1274. · Ídem, 261 y 262 Cfr. CIC 1257; 1258-1261; 1281-1283. · Comisión Teológica Internacional, Esperanza de la Salvación de los niños que mueren sin Bautismo, Sesiones Plenarias 2005-2006; Cfr. CIC 1257.
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