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No desperdiciemos nuestro sufrimiento

A muchos de nosotros al escuchar la palabra sufrimiento o dolor, se nos viene a la cabeza algo como: “voy a tener que dejar algo de mí comodidad por otra persona”, “voy a sufrir si arriesgo por alguien”, “me va a doler mucho si me sacrifico”, etc. Y esto nos lleva a querer evitar al máximo el sufrimiento, el cual lo vemos reflejado en nuestra sociedad con la decadente capacidad de sacrificio de muchos de nosotros, y el individualismo cada vez más notorio en nuestra relación con los demás, llevándonos a pensar solo en nosotros mismos y nuestro propio bienestar. En pocas palabras, nos da miedo el sufrimiento, por eso nos cuesta tanto el sacrificio.


Es claro que el sufrimiento es inevitable y es algo que va a seguir pasando, pero entonces, ¿por qué hoy vemos personas que sufren y aun así se sacrifican por los demás? ¿Qué es lo que hace que una persona en un momento difícil pueda voltear a ver por los demás antes de voltearse a ver sí mismo?


La clave está en darle un sentido al sufrimiento, y es ahí donde todo cambia, porque este me puede llevar a la comunión y solidaridad con los demás. En palabras de San Juan Pablo II:


“Los hombres que sufren se hacen semejantes entre sí a través de la analogía de la situación, la prueba del destino o mediante la necesidad de comprensión y atenciones; quizá sobre todo mediante la persistente pregunta acerca del sentido de tal situación. Por ello, aunque el mundo del sufrimiento exista en la dispersión, al mismo tiempo contiene en sí un singular desafío a la comunión y la solidaridad”.

- Salvifici Doloris, #8.


Esto es, una vez que le damos un sentido al sufrimiento, empezamos a vivir la comunión y solidaridad con los demás, y ahí comenzamos a vivir en nuestro sufrimiento una virtud, porque nuestro sufrimiento no es para nosotros, sino que puede servir a alguien más. Es por eso, que hay que vivir la perseverancia en medio del sufrimiento, para que así se encienda, además, el fuego de la esperanza.


Como católicos, tenemos que voltear a ver más el sufrimiento, y ser conscientes de que ese sufrimiento tiene un valor inmenso al ofrecerlo por los demás, porque esto también nos lleva a acercarnos a aquellos que sufren, lo cual hace que nuestro apostolado sea mucho más humano. A veces necesitamos experimentar el dolor y el sufrimiento para desplegar la pasión y el verdadero propósito que Dios ha puesto dentro de nosotros.


“Este es el sentido del sufrimiento, verdaderamente sobrenatural y a la vez humano. Es sobrenatural, porque se arraiga en el misterio divino de la redención del mundo, y es también profundamente humano, porque en él el hombre se encuentra a sí mismo, su propia humanidad, su propia dignidad y su propia misión”.

- Salvifici Doloris, #31.


Es en este tiempo de espera en el que estamos, es donde podemos verdaderamente reflexionar que donde está el mayor de mis sufrimientos, puede estar la mayor de mis oportunidades para ser santo, para luchar por darle mi Sí a Dios en lo que nos toca sufrir día a día. Nuestro sufrimiento nos puede ayudar en ese combate espiritual que estamos librando como Cristianos, como lo expresa nuevamente San Juan Pablo II:


“Y os pedimos a todos los que sufrís, que nos ayudéis. Precisamente a vosotros, que sois débiles, pedimos que seáis una fuente de fuerza para la Iglesia y para la humanidad. En la terrible batalla entre las fuerzas del bien y del mal, que nos presenta el mundo contemporáneo, venza vuestro sufrimiento en unión con la cruz de Cristo.”

- Salvifici Doloris, #31.


Evitemos quedarnos estancados en nuestra comodidad y pensar solo en nosotros mismos, y busquemos ir al encuentro de los demás, donándonos por completo a los demás, a su servicio, y así nuestra vida sea una vida constante de sacrificio y no de comodidad, porque como dijo San Juan de Ávila:


“Si nuestro Señor regresó al cielo herido y llagado, ¿vamos a ir los siervos vestidos y bañados?”

- San Juan de Ávila.


No desperdiciemos el sufrimiento en nuestras vidas…

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