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La vocación del Hijo de Dios

Hermanos, nos encontramos viviendo ya el tiempo de Adviento. Este tiempo es un tiempo de espera y alegría porque el nacimiento del Rey de reyes está muy cerca. El adviento nos invita también a moldear nuestro corazón y prepararlo para que el niño Jesús que viene en camino tenga una morada digna, bella y acogedora en donde habitar. Los himnos de la oración universal de la Iglesia (himno de laudes en la liturgia de las horas) cantan con gozo: «Ven, ven Señor no tardes». Las campanas cada día se vuelven más un sonido habitual, los villancicos ya buscan hacerse oír y la corona de adviento ya ha visto encender la primera vela que nos acerca a la Navidad.


El adviento, al ser ese tiempo de espera en el que preparamos nuestro corazón para que el Hijo de Dios habite, es también el tiempo propicio para escuchar y reflexionar el llamado que Dios nos hace a cada uno de nosotros. Es el tiempo propicio para meditar nuestra vocación a la luz de la vocación de Jesús que está por nacer.



Debo ser honesto y decirles que la primera vez que escuche decir: «la vocación de Jesús», me sorprendí pues me pareció un poco obvio que su vocación era la de abrirnos las puertas de la vida eterna y que fue movido por el inmenso amor que Dios tiene por nosotros. La sorpresa se hizo mayor cuando al adentrarme en los textos de la biblia que nos narran la vocación de Jesús, descubrí que no todo había sido tan sencillo como yo creía y el punto máximo de mi sorpresa, fue cuando descubrí que Nuestro Señor Jesucristo había renegado por un momento de su vocación.


¡Sí hermano, no leíste mal! Nuestro Señor Jesucristo siendo Hijo de Dios en su condición humana, dudo por un segundo de cumplir el llamado que tenía. Esto me voló la cabeza totalmente. Pero, antes de que venga la decepción y abandonemos nuestra vocación, déjenme contarles la historia completa.


Nuestro Señor Jesús, tenía una gran consciencia vocacional y esto consta en diferentes textos de la Biblia; uno de ellos en el Evangelio según San Lucas, capítulo 4, versículos 17 al 20: «Le entregaron el libro del profeta Isaías y, al desenrollarlo, encontró el pasaje dónde está escrito: El espíritu del señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres: me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos, a dar la vista a los ciegos a libertar a los oprimidos y a proclamar un año de gracia del Señor. Después enrollo el libro, se lo dio al ayudante y se sentó. Todos los que estaban en la sinagoga, tenían sus ojos fijos en él».


La cita anterior nos demuestra que el Hijo de Dios era consciente de su vocación, conocía el llamado de Dios Padre, es por esto que podemos considerarlo el modelo de toda vocación Cristiana. En el redentor encontramos la verdad auténtica sobre la llamada de Dios que es, a la vez, envió a favor de todos los hombres y mujeres.


Hasta este punto podemos darnos cuenta de que Nuestro Señor Jesús tenía claro el llamado que Dios le hacía; sin embargo hay un elemento fundamental que aún no consideramos y es la libertad.


Todos los seres humanos gozamos de libertad y Jesucristo, no fue la excepción a la regla. Nuestro señor en su libertad, por un momento y como ya les adelantaba, dudo del cumplimiento de su vocación y esto se nos revela con claridad en el pasaje de la oración en el huerto de los olivos. En el Evangelio según San Lucas, capítulo 22, versículos 41 al 43, dice: «Se alejó de ellos como a la distancia de un tiro de piedra, se arrodilló y suplicaba así: -Padre, si quieres aleja de mí este cáliz de amargura: pero no se haga mi voluntad sino la tuya- Entonces se le apareció un ángel del cielo que lo estuvo confortando». La duda viene acompañada de manera inmediata por la negación de la propia voluntad, no como algo impuesto sino como una aceptación, en la propia libertad, de lo que Dios quiere de cada uno de nosotros. La aceptación de la voluntad de Dios Padre se refleja en la frase: "No se haga mi voluntad sino la tuya".



Lo más importante en estos textos es que podemos observar a Nuestro Señor Jesús como el enviado del Padre y al ser enviado, también es consagrado para una misión en específico, al igual que todos hemos sido enviados. El camino vocacional explorado por nuestro Señor, se lleva de la mano con una práctica constante de la oración, que a su vez lo lleva a descubrir el sentido de la voluntad del Padre y de su misión. Nuestro Señor Jesús es un gran ejemplo de discernimiento vocacional.


Toda vocación, es importante mencionar, está siempre acompañada de la aceptación libre y amorosa del que es enviado. En Nuestro Señor Jesús, lo comprobamos en la escena del Getsemaní, en la que conservando toda su libertad, expresa su obediencia a la Voluntad del Padre.


La vocación elegida libremente: plenifica y acerca al abrazo del Padre.


¡Feliz Adviento hermanos! Que Dios los bendiga siempre y habite en sus corazones. Sepan que pido por todos ustedes y que me encomiendo a sus oraciones.


Paz y bien.

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