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Y en la práctica, ¿qué es confiar en Dios?

  • Foto del escritor: Oscar
    Oscar
  • hace 3 días
  • 5 Min. de lectura

En la raíz etimológica de la palabra "confianza" aparece el término fides que es sinónimo de fe o de lealtad. Por eso en el aspecto legal o comercial, cuando una persona o empresa contrata una "fianza", goza de un mecanismo para que otros ‘le respalden o avalen’. A quien recibe dicho respaldo se le denomina "fiado". Y hablando de "fiado", cómo no recordar las tiendas de abarrotes de antaño en los barrios, donde quienes poseían una probada reputación, tenían el privilegio de comprar "fiado", es decir, sin pagar en el momento, sabiendo que llegado el tiempo convenido habrían de liquidar aquello.


Entonces, ya hablamos de la raíz de la palabra confianza. Pero, hablando de raíces, ¿cuál es la raíz de la que se desprende la confianza en Dios? ¡Buena pregunta! Porque primero, sin pretender caer en tremendo atrevimiento, quizá merecería la pena explorar un poco el fundamento del porqué confiar en Dios, si es que cabe cualquier intento de sustentación, ya que como afirmaba Santo Tomás de Aquino: «Para quien tiene fe, no es necesaria ninguna explicación. Para el que no la tiene, toda explicación sobra». ¡Qué tranquilidad es confiar en Dios, sin que obste explicación alguna! Y ya luego podemos intentar adentrarnos en lo sustancial de esta reflexión: cómo confiar en Dios.



¿Por qué confiar en Dios?


No abordaré esta pregunta desde la óptica de racionalismos exacerbados. Simplemente pongamos las cosas en su debido lugar: en el ámbito humano, se dice que toma una vida ganarse la confianza de los demás, lleva un minuto que nos la pierdan, y requiere del resto de la vida para recuperarla. Ahora llevado al plano sobrenatural, Dios lleva una eternidad dándonos pruebas de su fiabilidad. O acaso ¿algún día ha dejado de salir el sol por la mañana?


¿Habrá alguien que pueda dar cuenta de que el bamboleo incesante de las olas de los mares se haya suspendido algunas horas por algún desperfecto en la armonía de la naturaleza creada por Dios?


(Imagen generada por Oscar Gutiérrez. ChatGPT, 2025.)
(Imagen generada por Oscar Gutiérrez. ChatGPT, 2025.)

Vamos a un plano todavía más sublime: Dios mismo ofreció en prenda de nuestra salvación la vida misma de su propio Hijo.


¿Cómo no confiar en quien ha llegado a ese extremo de jugarse el todo por el todo por nosotros, por ti y por mí?


Parafraseando a lo que canta aquella salmodia: confiemos en la sabiduría de Dios, quien ni engaña ni se deja engañar.



Y entonces, ¿cómo es confiar en Dios?


Leía un artículo sobre la fe y el dolor, decía el escritor que quizá sin darnos cuenta, cuando alguien sufre por alguna calamidad o pérdida, le tratamos de consolar de una forma muy imprudente con la famosa frase: “debes ser fuerte y tener fe”. Reflexionaba esa persona, que inconscientemente y no intencionalmente le estábamos reprochando al otro que la causa de su dolor podría radicar en su débil o falta de fe.


Luego entonces, si partimos del supuesto de que, en mayor o menor medida, la persona con rectitud de intención puede dársele por descontado que, si posee algún grado de confianza en Dios, lo que sigue es aterrizar dicha fe o confianza en acciones concretas en la vida ordinaria.


Y es a partir de aquí donde quizás a algunos o muchos de nosotros se nos obnubila el actuar. Digo que creo y que confío, pero percibo que mi actuar va como en desfase con mi decir.


¿Qué es, pues, el confiar en Dios? Y de la misma manera, ¿qué no lo es?


En alguna ocasión, platicando un poco del tema con un sacerdote, éste me increpaba: ¿qué bendición no tienes porque Dios te la haya negado? ¿Qué acaso no es el mismo Dios, quien te ha hecho llegar hasta este punto de tu vida, con todos sus beneficios, aquel que te seguirá cuidando y prodigando? Y a manera de reflexión, me invitó a hacer un recuento de todo aquello por lo que quisiera darle gracias a Dios. Debo reconocer que la lista se tornó gratamente abultada.


Creo que estoy más o menos logrando darme a entender. En el cómo confiar en Dios, te quiero proponer, querido lector, que pongas como primer paso


el tener siempre presente todo aquello de lo que quisieras darle gracias a Dios.


Un buen ejercicio de oración por la mañana sería el repasar ante Dios esto y aquello por lo que me siento agraciado: familia, condición de salud, bienes materiales, posibilidad de un modo de vida o empleo, el don del bautismo, la vida de gracia, las devociones en las que me recreo, la sensibilidad, el sustento, las amistades y el cariño de otros, mis raíces, mi comunidad, y así agregando algo de lo mucho por lo cual mi vida debiera ser un continuo agradecimiento a Dios.


Y una vez que has recapitulado en esto, tu siguiente pensamiento podría ser: "y bien, ya que reconozco y agradezco a Dios todos estos dones, ¿qué temores tengo?" Quizá suene trivial, pero la gran mayoría de las veces, nuestras inquietudes y temores se detonan, no por el momento presente, sino por el miedo a perder algo de ello en un momento futuro. Y es aquí donde radica mucho de la esencia de la confianza: el fiarnos de Dios, para lo que ha de venir y que desconocemos. Muy comúnmente la falta de confianza se nos presenta cuando confrontamos el presente —que conocemos— con el futuro —que desconocemos y que tememos que pueda no ser como quisiéramos de acuerdo con nuestra métrica humana—.


Es cierto, el futuro no lo controlamos (si escasamente podemos controlar una ínfima porción del presente, ¿cómo pretendemos controlar el futuro?) Es por ello, que la confianza en Dios estriba mucho en poner en sus manos ese futuro incierto, sabedores de que Él conoce el mejor estadio de las cosas para nuestra salvación.


Meditando en el Padre Nuestro, caía en la cuenta de que en una estrofa decimos “hágase tu voluntad”. ¡Tremenda y temeraria oferta a Dios para quienes no tienen confianza! Pero más adelante la misma oración nos deja tranquilos con una aclaración que pareciera venir del mismo Padre: “mas libranos del mal”. Hay que aprender a concatenar estas dos expresiones que solamente juntas le dan sentido a nuestra oración.


Bendito el devenir de las cosas en el que se cumple la voluntad de Dios, y cuánta tranquilidad el saber que en ello Dios busca lo mejor para nosotros.


Aún incluso que los hechos y la razón sugieran lo contrario. Como dice aquella devota frase:


«esperar contra toda esperanza, confiar contra toda razón».



Confianza, hermano, confianza.


Concluyamos, pues, con un pensamiento que se nos quede prendido de nuestra mente, de nuestra voluntad y de nuestro corazón. La confianza en Dios se fundamenta en nuestra convicción de que Dios es mi Padre, es mi Creador —y Creador de todo cuanto existe—, dueño del pasado que ya no me pertenece, proveedor del presente que me inunda de bendiciones, y diseñador del futuro que no controlo. Solamente poniendo todo en sus manos: presente, pasado y futuro, confiando en que es su voluntad la que moldeará mi porvenir, y que su voluntad es sabia, pero a la vez misericordiosa, sólo así podré descansar en la tranquilidad de la perfección de un Dios providente, paternal y omnipotente.


Y todo esto por encima de lo que los hechos aparentemente adversos puedan sugerir. Dios nos ama, y debemos estar seguros de que todo cuanto existe y sucede, abona a ese plan de salvación que selló con lo más sagrado que podría ofrendarnos: la sangre de su Hijo. Por eso me atrevo a concluir animándote de forma sencilla pero contundente:


¡confía, querido lector, confía!

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