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Las promesas del Sagrado Corazón: cuando el amor se compromete

Escrito por: Paulo.


Hay devociones que con el tiempo se vuelven paisaje. Están allí, en imágenes antiguas, en estampas que guardan los abuelos, en templos con flores y velas... Pero detrás de lo visible, hay un fuego: Una promesa viva. Una herida abierta que arde de amor. Así es el Corazón de Jesús.


Más que una imagen, más que una práctica piadosa, el Sagrado Corazón es un lenguaje íntimo de Dios hacia nosotros. Un susurro que dice:


“Estoy aquí, con todo mi amor, con toda mi misericordia, con todo mi deseo de consolarte”.

El mensaje del Sagrado Corazón de Jesús


Esta devoción no nació en los altares, sino en la intimidad de una mujer que supo escuchar el corazón de Cristo: Santa Margarita María de Alacoque. Religiosa del siglo XVII, recibió en oración revelaciones que marcarían para siempre la espiritualidad católica. Jesús no le pidió grandes campañas ni nuevas doctrinas, le pidió una cosa: que mostrara al mundo su Corazón.


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Un Corazón traspasado, encendido, abierto. No por debilidad, sino por amor. No por accidente, sino por decisión.


Las nueve promesas que Jesús le reveló a esta santa no son un contrato de favores. Son la forma en que Dios, en su pedagogía de amor, nos dice: “Puedes confiar en mí”. Veamos algunas con detenimiento:


  • “Les daré todas las gracias necesarias a su estado de vida”. Dios no ofrece evasión, sino gracia para la realidad concreta. Para el esposo cansado, para la madre angustiada, para el joven confundido, para el consagrado sediento. La gracia llega donde estamos, no donde fingimos estar.


  • “Pondré paz en sus familias”. No una paz ilusoria, sino la que nace del perdón, del silencio fecundo, del saber ceder. Donde hay un corazón que late por amor, puede renacer la unidad.


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  • “Les consolaré en todas sus penas”. No promete evitarlas, pero sí acompañarlas. Porque el que ama no siempre quita la cruz, pero nunca deja solo al que la carga.


  • “Seré su refugio seguro durante la vida y sobre todo en la hora de la muerte”. Esta promesa es bálsamo para los que temen la soledad final. El Corazón de Cristo no se retira cuando más lo necesitamos.


  • “Bendeciré las casas donde sea expuesta y honrada la imagen de mi Sagrado Corazón”. No se trata de magia decorativa, sino de la fe viva que convierte el hogar en templo, y la mesa en altar.


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  • “Los pecadores hallarán en mi Corazón la fuente y el océano infinito de la misericordia”. Esta promesa es el centro de todo: Dios no se cansa de esperar. No se agota de perdonar. Su Corazón no cierra sus puertas a nadie.


  • Y la novena, quizá la más conocida: “A todos los que comulguen los primeros viernes de mes durante nueve meses consecutivos les concederé la gracia de la perseverancia final”. No es superstición. Es entrenamiento espiritual. Es constancia. Es fidelidad al Amor que siempre es fiel.


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Vivir hoy las promesas del Sagrado Corazón


Vale la pena cuidar esta devoción, no porque asegure favores, sino porque nos entrena en la constancia, nos recuerda que el amor verdadero se sostiene en lo cotidiano, en lo oculto, en lo perseverante.


Hoy más que nunca necesitamos corazones que ardan. No por ira, no por vanidad, sino por amor. Y necesitamos recordar que hay un Corazón que ya arde por nosotros. Que late sin cesar. Que sigue diciendo en silencio:


“Ven a mí, que soy manso y humilde de corazón”.

Cuando tocamos el Corazón de Cristo, algo en nosotros también aprende a latir distinto. Con más mansedumbre. Con más coraje. Con más fe.


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