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Reparación de corazón a Corazón

Si hiciéramos una línea del tiempo desde el primer registro histórico que se tiene del hombre hasta la fecha, seguramente encontraríamos un perfil del hombre antiguo que distaría mucho del perfil del hombre actual. Desde sus formas de organización social, actividades económicas y expresiones artística con sus temáticas muy particulares, las corrientes filosóficas, incluso las actividades de esparcimiento, su creencia en algún dios y cómo se relacionaban con éste, y qué decir de la tecnología. Ahora la pregunta es, ¿cuáles podrían ser las similitudes?



Antes de continuar con este análisis, hagamos una parada técnica en el siglo XVII. En 1610 para ser exactos, una nueva orden religiosa tendría sus inicios, fundada por el obispo de Ginebra, Francisco de Sales, y la devota Juana Francisca Frémyot, quien había quedado viuda algunos años atrás. Dicha orden —que a la fecha lleva por nombre Orden de la Visitación de Santa María— sería la que años más adelante testificaría uno de los regalos más grandes de la Iglesia católica.


Unos 60 años después de la fundación de esta orden, una joven de 22 años, de quien se esperaba que formara una familia, tenía en su corazón el anhelo de entregarle su vida a Dios, y es por esto que decide ser parte de la orden de las hermanas de la Visitación. Ese mismo año, Margarita María Alacoque recibió el sacramento de la Confirmación, y como preparación, escribe durante quince días una lista de todos sus pecados para más tarde leérselas a su confesor.


A los pocos años de iniciar su camino como monja, el Señor se manifiesta ante Margarita en varias ocasiones, revelándole distintas verdades sobre su Amor hacia la humanidad, y en una ocasión le dice:


«He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres, y en cambio, de la mayor parte de los hombres no recibe nada más que ingratitud, irreverencia y desprecio, en este sacramento de amor».

Jesús y Margarita Maria
La visión del Corazón de Jesús de la bienaventurada Marguerite Marie Alacoque. Antonio Ciseri, 1888. Iglesia del Sagrado Corazón, Firenze.

Con estas palabras, Jesús le revela a Margarita algo muy importante:


su corazón no se cansa de amar, pero es poco amado, y eso necesita repararse.


Entre todas las cosas que Jesús le reveló, una pregunta clave surge hoy: ¿qué había que reparar? Se habla de ingratitud e indiferencia, dos palabras que pueden aplicarse al hombre de cualquier etapa histórica. Porque si bien las prioridades en el hombre han cambiado, hay una similitud que podría conectarlos a todos desde el inicio de esa línea del tiempo hasta la actualidad: el egoísmo. Con esto retomamos la pregunta del inicio... ¿cuáles podrían ser las similitudes?


El hombre de todos los tiempos ha buscado el progreso, o lo que él entiende por progreso. Ha buscado mejorar técnicas de caza, de agricultura; ha creado máquinas que perfeccionen los procesos; se ha dedicado a mejorar la experiencia humana basada en la obtención y manejo de recursos que la misma tierra, en este caso Dios Padre, le ha brindado. Y muchas veces esos procesos, aunque muy beneficiosos, han sido a costa de otros: esclavitud, servidumbre con sueldos bajos o nulos, malas condiciones laborales, crisis económicas por mal manejo de riquezas...


Aunque ha cambiado la forma, el fondo se mantiene: hay hombres que están dispuestos a usar a otros hombres para su beneficio, y es justo a lo que nos referimos con el egoísmo.



¿Qué tiene que ver esto con el Sagrado Corazón de Jesús?


Así como ese Corazón ha amado desde la eternidad con una intensidad inmutable a este ser humano herido, —que en muchísimas ocasiones ha respondido a ese amor con egoísmo, ingratitud e indiferencia—, es que esta devoción se vuelve mucho más relevante que sólo ser una práctica de piedad, pues es un llamado a la verdadera reparación de ese Corazón:


a corresponder al Amor con amor, a reparar con actos concretos la indiferencia del mundo, a poner el amor donde ha reinado el egoísmo.


Y estos actos concretos no son más que imitar el corazón de Cristo: ofrecer nuestro tiempo, nuestro cansancio y nuestros recursos para el bien de los demás; disponer el corazón para amar a los demás antes que a nuestros propios intereses.


Es pues, con estas revelaciones a Santa Margarita María Alacoque, cuando esta devoción (que ya llevaba años siendo practicada por muchos hombres y mujeres desde los primeros siglos), se volvió una petición de Nuestro Señor Jesucristo para ser celebrada cada año. En 1856, el Papa Pío IX fue quien designó que la fiesta del Sagrado Corazón se celebraría en todo el mundo el viernes después de la octava del Cuerpo y la Sangre de Cristo, o Corpus Christi, cada año.


Es el mismo Jesús el que promete a quien comulgue cada primer viernes de mes lo siguiente:


«Te prometo en la excesiva misericordia de mi Corazón que mi amor todopoderoso otorgará a todos aquellos que reciban la Sagrada Comunión los primeros viernes por nueve meses consecutivos la gracia de la perseverancia final; no morirán en mi desgracia, ni sin recibir sus sacramentos. Mi Corazón divino será su refugio seguro en este último momento».

Cada primer viernes de mes, así como ese primer Viernes Pascual (Viernes Santo), el Sagrado Corazón de Jesús nos llama a reparar su corazón herido y el de la humanidad, ambos marcados por la indiferencia y falta de amor, uniéndonos en la Sagrada Comunión, memoria del más grande Sacrificio de Amor.


Otro medio de reparación que nos propone esta devoción es la entronización de la imagen del Sagrado Corazón en nuestros hogares. Nos decía el padre Mateo Crawley (sacerdote chileno defensor de la devoción): «La entronización es el reconocimiento oficial y social del gobierno del Sagrado Corazón de Jesús sobre la familia cristiana, un reconocimiento afirmado, expresado exteriormente y hecho permanente por la instalación solemne de la imagen del Corazón divino en un lugar visible en el hogar y por el Acto de Consagración».


El tiempo avanza, los ídolos evolucionan, los sistemas se transforman y las prioridades cambian... pero hay algo que se mantiene: Un Corazón que ama, y que espera ser amado.


pintura del Sagrado Corazón
Sagrado Corazón de Jesús, detalle. Giovanni Gasparro. Óleo sobre tela, Iglesia de Santa Maria della Motta, Turín.

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