Esperar con fe el amor
- Angie
- hace 12 minutos
- 4 Min. de lectura
Entre la confianza y la acción
“Señor, yo sí quiero amar y ser amada, quiero compartir mi vida con alguien que te busque, pero... ¿dónde está esa persona?”
Tal vez esta oración no te sea ajena. Tal vez la has hecho más de una vez, con sinceridad, con ilusión… y también con algo de cansancio.
Quiero hablarte a ti que, como yo en algún momento, deseaste vivir un amor con propósito, pero a veces sentías que no encontrabas con quién vivirlo. Porque sí, muchos católicos queremos casarnos, pero no nos encontramos. Y no es que no haya hombres o mujeres buenos por ahí, es que vivimos en una sociedad desconectada, acelerada, herida… donde incluso dentro de la Iglesia falta espacio para conocernos desde lo profundo.
¿Idealizamos demasiado… o nos saboteamos?
Una de las cosas que más me ayudó a entender esta etapa fue reconocer que a veces esperamos tanto que terminamos paralizados.
Nos han dicho que no hay que conformarse, que no debemos bajar nuestros estándares. Y es verdad. Pero también es cierto que a veces confundimos “tener claridad” con “esperar a la persona perfecta”. Y esa persona no existe. Nadie llega al matrimonio en estado de perfección. El matrimonio es, en realidad, el lugar donde dos personas imperfectas se ayudan mutuamente a llegar al Cielo.

Recuerdo que en uno de los cursos que tomé nos invitaron a escribir una “cartita al Niño Dios” con 30 cualidades que deseábamos en una pareja, para luego discernir entre 3 y 5 no negociables reales. Fue una forma sencilla pero muy profunda de reconocer qué era lo verdaderamente esencial para mí… y qué cosas eran solo preferencias.
Al mismo tiempo, me topé con algo que me sacudió: una encuesta en redes sociales decía que muchos matrimonios católicos no se estaban dando por miedo, inseguridad o pasividad de los solteros.
Y sí, lo entendí. Porque a veces pedimos a Dios una pareja… pero cuando aparece alguien que podría encajar, nos bloqueamos, dudamos o simplemente no hacemos nada. O bien, por frustración o cansancio, terminamos cediendo ante alguien que no es lo que realmente anhelábamos. No por falta de fe, sino por resignación.
Por eso, tal vez no solo debemos orar por un futuro esposo o esposa, sino también por la valentía de abrirnos al amor cuando llegue, de reconocerlo cuando aparece, y de no huir por miedo.

¿Dónde están los católicos solteros?
Muchas veces nos preguntamos: ¿dónde están los católicos solteros? Y la verdad es que están en todas partes, aunque a veces un poco escondidos. No todos están en Catholic Match ni en los grupos parroquiales. Algunos están trabajando, sirviendo en silencio, caminando su proceso, luchando con sus propias heridas o simplemente esperando con esperanza.
Por eso hace falta más que solo eventos para solteros. Hace falta comunidad auténtica. Espacios donde podamos formarnos, sanar, conocernos sin etiquetas y crecer en la fe desde nuestra realidad presente, sin que todo gire en torno a “buscar pareja”.
No estás en pausa
Lo digo con todas sus letras: a veces parece que los solteros adultos no tienen un lugar claro dentro de la vida activa de la Iglesia.
Y no lo digo como reclamo. Sé que la Iglesia ofrece muchísimo. Este es solo un pensamiento que aparece cuando ves retiros para novios, talleres para matrimonios, encuentros para consagrados... y tú te preguntas: “¿Y yo, que aún estoy en camino, dónde quepo?”
No queremos que nos vean como si estuviéramos en pausa. Queremos formarnos, servir, orar, crecer… sin que nos etiqueten como “en búsqueda” cada vez que nos acercamos a participar.
Tener el deseo de amar bien, de no conformarse, de vivir la fe con profundidad no es un defecto. No te hace exigente. Te hace consciente. Y eso también es un regalo.
El matrimonio no es un premio
Otra idea que tuve que resignificar fue la del matrimonio como premio. A veces pensamos que si somos lo suficientemente buenos, si hemos sanado, si oramos mucho y nos comportamos bien, Dios nos premiará con una pareja. Pero no es así. El matrimonio no es un premio, es una misión. Es un sacramento de santificación mutua, no una recompensa por haber hecho todo “bien”.

Y por eso hay que discernirlo, no obsesionarse con él. Está bien esperar. Está bien orar. Pero también hay que actuar, sanar, dejarse conocer, invertir en uno mismo y abrir el corazón con prudencia… pero también con valentía.
No estamos esperando, estamos viviendo
Poder esperar no significa estar en pausa. La espera, vivida con fe, es una etapa viva, fértil, en la que Dios trabaja silenciosamente en el interior. Es ahí donde muchas veces se purifican los deseos, se fortalecen las convicciones y se forma el corazón para amar bien. Aunque cueste entenderlo, Dios nunca deja de obrar.
No es un tiempo perdido: es un tiempo sembrado.
Si el miedo ha sido tu compañero de camino, si la duda se ha sentado a tu lado en la banca de la iglesia o en tus noches de oración, quiero recordarte esto: no estás solo(a). No estás olvidado(a). Y no estás estancado(a). Aunque no veas con claridad lo que Dios está haciendo, su obra en ti no se detiene. Él no te ha dado un espíritu de cobardía. Te ha dado poder, amor y dominio propio. Y eso también es parte de tu llamado.

Desde mi corazón al tuyo,
Angie M.
Comentarios