Su amor
- Angie

- 7 oct 2019
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 30 oct
Llegué tarde para tener mi primer beso. Y para ahorrarte los detalles cursis, digamos que fue como una escena de cualquier película adolescente... solo que, por favor, no Twilight. No había vampiros involucrados. Tenía 18 años. Y ese primer beso se convirtió en mi primera relación.
Para entonces ya había escuchado la frase “ámate a ti mismo antes de ser amado” tantas veces como mi mamá me había dicho “limpia tu habitación”. Todos repetían que tener el amor de alguien no debía ser lo que nos diera valor o felicidad. Y sí, eso es cierto... pero también es incompleto. Porque, aunque no buscaba validación ni identidad en otra persona, sí debería haber estado buscando el amor de Otro.
Sí, lo leíste bien. Debería haber estado buscando el amor de Otro para encontrar mi verdadero valor y mi felicidad. Porque amarme solo a mí misma nunca fue suficiente.
Seamos honestos: amarte solo a ti mismo es algo frágil. Piénsalo. ¿Por qué te amas? ¿Por tu sentido del humor, tu inteligencia, tu talento, tu cuerpo, tu compasión o tus relaciones? Todo eso puede desaparecer en un instante. Los accidentes ocurren, los tiempos difíciles llegan, las pérdidas golpean. Si nuestro amor propio se sostiene en lo que tenemos o hacemos, se derrumba cuando esas cosas se van.
Entonces, ¿de dónde viene tu valor? Si alguien te lo preguntara ahora, ¿qué responderías? Yo misma, hace algunos años, habría tardado en contestar. Habría enumerado lo que me gusta de mí o de mi vida, pero eso no era lo que realmente me daba valor. Eso era una lista de atributos, no una verdad de fondo.
Cuando comencé a preguntarme si Dios era real, utilicé la razón y la lógica. Llegué a la conclusión de que sí, Dios existe. Pero esa respuesta me abrió otra pregunta: ¿qué tipo de Dios es Él?
Comprender quién es Dios cambia todo. Porque si Dios existe, y creó el universo entero —las galaxias, el mar, las montañas y cada respiración que tomamos—, entonces también me creó a mí. Pero… ¿por qué? No porque necesitara algo. No hay nada que yo pueda darle que Él no posea ya. Me creó porque me ama.
Eso es todo. Me ama y desea que lo ame libremente a cambio. En el corazón del universo, Dios me quiso. Me eligió. Me soñó. No porque tuviera algo especial que ofrecer, sino porque Su amor es así de gratuito.
Entonces, ¿de dónde viene mi valor?
De Dios.
Mi valor viene del hecho de que Él decidió crearme. No era necesario que existiera… y sin embargo, existo. Esa sola realidad es evidencia de que Dios me ama. No he hecho nada para ganarlo, pero Él me amó primero.
Por eso mi valor, mi felicidad y mi identidad provienen del amor de Otro —el Amor de Dios—, y eso es algo que nada ni nadie podrá quitarme jamás.
Desde mi corazón al tuyo,
Angie M.








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