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¡Así como María!


Es seguro que muchas veces hemos escuchado o leído acerca de las innumerables virtudes de la Virgen María. Su actitud de servicio, su entrega, su amor, su valentía, su irrenunciable compromiso con su Hijo y muchas otras más que abarcarían varios párrafos. Pero, te has preguntado alguna vez, ¿cuál de todas esas virtudes te llama más la atención? ¿Cuál resuena más fuerte en tu corazón? ¿Y por qué? ¿Será acaso que la virtud que más te llamó la atención es aquella que está más escasa en tu vida? ¿La que más te cuesta trabajo practicar? O bien, ¿será que tu corazón resuena con aquella virtud que ya has intentado adoptar y hacerla parte de tu día a día?


Solo tú sabes las respuestas a estas preguntas.


Cuando se habla de María se puede caer fácilmente en una paradoja, pues hablar de ella es a la vez muy simple y muy complejo. Simple porque toda Ella se puede resumir en una sola frase: "Hágase en mí según tu palabra" (San Lucas 1, 38.), y complejo porque en esa entrega de María a la voluntad de Dios va implícita toda una vida de fidelidad que exigirá de ella todas sus fuerzas. Es complejo también si pensamos en que toda la misión y el plan que Dios tenía para con el Hijo pendía de la fragilidad del "sí" de una mujer pequeña en todo sentido. ¿Te has sentido alguna vez así en tu vida? ¿Sentir que el mundo entero se desmorona o se salva dependiendo de tu siguiente paso? María es la respuesta.


Como la persona que Dios Padre escogió para ser la Madre de su Hijo, María sin duda tuvo tales cualidades y virtudes que la hacían destacar sobre todas las demás mujeres de su época (y de cualquier otra también). Sin embargo, no es un destacar tal como lo podríamos interpretar bajo una luz mundana, es un destacar a los ojos de Dios que no es para nada lo mismo que el destacar a los ojos de los hombres. Si bien el Evangelio nos habla en pocas ocasiones de la Madre de Jesús, es porque Ella misma no toma ningún protagonismo por su propia mano. Queda claro en el relato de las Bodas en Caná, cuando (María) al darse cuenta de que los novios ya no tenían vino, después de interpelar a su Hijo va con los sirvientes y les dice: "Hagan lo que Él les diga" (San Juan 2,1-12).



Ese "hagan lo que Él les diga" es reflejo de llevar a Jesús no solo en la mente y en el corazón, sino de llevarlo en todo el ser y llevarlo a todas partes. Es decirle a los demás que haciendo la voluntad de Dios todo estará bien, todo estará en orden. Y ese es el conjunto de virtudes que más nos acerca a imitar a María. Primero que nada, tener la humildad de aceptar que solos no podemos. Segundo, tener plena confianza de que Dios todo lo puede, no hay nada imposible para Él. Tercero, poner en sus manos todas nuestras preocupaciones y problemas sabiendo que Él nos dará lo que sea mejor para nosotros. Y finalmente (y puede que este paso sea el más difícil de llevar a cabo) aprender a aceptar la voluntad de Dios.


Me gusta mucho pensar en María justo después de haber recibido el anuncio del Ángel del Señor y que va dirigiéndose ya encinta hacia casa de Isabel, su prima, para ayudarle con su embarazo y parto (ver San Lucas 1,39). Esa María que no se queda estática ante la intervención de Dios, sino que se pone en marcha, se mueve. Y precisamente esa es otra manera de imitar a Nuestra Madre Celestial.


Si has sentido algún llamado de Dios en tu vida a cambiar algo, a emprender un camino diferente, a reconciliarte con alguien de tu familia, a seguirle y servirle en algún apostolado, o simplemente a asistir más seguido a misa; no temas, hay un plan de Dios para ti pero necesita de tu voluntad para llevarse a cabo, necesita que te pongas en marcha sobre el camino que el Señor te ha preparado. Y si tienes miedo recuerda a esa pequeña y humilde mujer de Nazaret que dijo "sí" pese a ello.


Recuerda que ella se pone de ejemplo para que tú tengas la certeza de poner tu vida en manos de Dios, y que de esa manera respondas a la orden que da a los sirvientes de Caná y hagas lo que Dios te diga.

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