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Vivir el llamado a la santidad bajo el modelo del Buen Pastor

Quiero platicarles sobre un Evangelio que desde siempre me ha causado mucha inquietud, es uno de mis pasajes favoritos y es en definitiva un ejemplo claro de lo que significa ser llamado por Dios.


Se trata del pasaje del Buen Pastor (San Juan 10, 11-18). La primera pregunta que puede surgir al leerlo es: ¿Qué importancia tiene para todos nosotros reconocer a nuestro Señor Jesucristo como el Buen Pastor? Para comprenderlo tenemos que recordar las palabras con las que inicia ese pasaje: “Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da la vida por sus ovejas” (San Juan 10, 11). Justamente el contemplar a nuestro Señor entregándose por nosotros en la cruz en un acto total de amor, es que podemos entender lo que significa ser un Buen Pastor.


Pero, no solamente es reconocer el acto de amor en la cruz, sino darnos cuenta de que Jesús nos conoce a todos por nuestros nombres, así como cada detalle de nosotros. Él nos conoce, nos ama, nos cuida… Jesús no duda un instante al decir: “Yo soy el Buen Pastor porque conozco a mis ovejas” (San Juan 10, 14) en ese conocernos está ya presente el amor. Inmediatamente después, Jesús agrega en el mismo versículo: “y ellas me conocen a mí”; no somos producto de la casualidad, no somos un número en medio de la sociedad, nuestros problemas y dificultades no le son ajenas a Dios, Él las conoce y las atiende, sin embargo no debemos nosotros olvidarnos de Él, quien nos creó y nos ama profundamente.



El amor de Dios por nosotros, no tiene comparación, pero encuentra su realización total cuando lo escucho, lo reconozco y me dejo guiar por Él.


Sin embargo en nuestro intento de seguir a Cristo en el modelo del Buen Pastor, se presentan algunos obstáculos; el principal es rechazar el llamado. El Salmo 117 nos recuerda: “La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular” y podríamos preguntarnos en este momento: ¿Cuántas veces he tomado el lugar del constructor y he rechazado seguir a Dios? Tal vez la respuesta nos sorprenda, puede que quizá incluso nos entristezca un poco, pero el llamado es a construir nuestras vidas, y nuestra vocación, teniendo a Cristo como la piedra angular. Si la piedra angular se mueve de su sitio, toda la construcción se derrumba, pero cuando es colocada en el sitio adecuado, la construcción es capaz de soportar los vientos más fuertes.


Si construimos nuestra vida teniendo como base a Jesús, nada nos hará temblar, nada será capaz de atemorizarnos, nada nos derrumbará porque seremos conscientes de que no soy yo quien sostiene mis proyectos, mi familia, mi trabajo y mi vocación, sino que es el mismo Jesús quién sostiene todo con una fuerza inquebrantable.


Una vez que hemos reconocido la importancia de la figura del buen pastor, ese pastor que conoce a cada uno de nosotros por nuestro nombre, nos queda una última tarea por cumplir: darnos a los demás, y ser también una imitación de Él.

Ser un buen pastor es amar sin medidas y entregarse a sí mismo, en libertad y con humildad.


Estamos llamados desde nuestro bautismo a ser un “Buen Pastor” en nuestros hogares, en el matrimonio, en el trabajo y en todo a nuestro alrededor, dejando que nuestros actos fundados en Cristo, den ejemplo de lo que significa vivir lo ordinario de forma extraordinaria.


Son nuestras acciones, en nuestra imitación de Cristo, la que resuena, la que hace eco en la sociedad y logra que la voz del Pastor por excelencia se refleje en cada uno nosotros, convirtiéndonos en testigos del amor de Dios.


¡Paz y bien!

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