Enséñanos a orar
- Angie

- 29 jul
- 3 Min. de lectura
Reflexión inspirada en Lucas 11, 1-13
Hay escenas en los Evangelios donde se nos dice exactamente dónde estaba Jesús: en el monte, en la sinagoga, junto al lago. Pero este pasaje guarda silencio sobre el lugar. No se menciona dónde oraba Jesús. Y eso tiene su propia enseñanza: cuando no hay un sitio señalado, es porque todo lugar puede volverse sagrado.
La cocina, la oficina, el transporte, la sala en silencio, la banca del parque… Todo espacio puede ser altar cuando hay un corazón que busca a Dios.
En ese espacio sin nombre y lleno de cotidianidad, alguien observa a Jesús y le pide lo que muchos aún no sabemos cómo decir:
“Señor, enséñanos a orar”.

Confiar como hijos
Jesús no responde con teoría, sino con cercanía. No enseña fórmulas complejas, ni exige una preparación especial. Solo invita a decir: “Padre”.
Así empieza la oración: con confianza. Como el niño que llora en brazos de quien sabe que lo ama. La oración no nace del mérito, sino del vínculo. Y aunque hayan pasado meses —o años— desde la última vez que oraste, puedes volver a hacerlo hoy. Basta con esa palabra: Padre.
Porque orar no es buscar a un Dios lejano, sino volver al abrazo de quien nunca se ha ido.
Perseverar sin negociar
Jesús continúa con una historia sencilla: un hombre que, ya entrada la noche, llama a la puerta de su amigo para pedir pan. Al principio no le abren, pero insiste. Y al final, recibe lo que necesita.
Y así es también nuestra vida de oración. No se trata de tocar una vez y obtener todo. No es un trato de “yo te doy esto, y tú me concedes aquello”. Orar no es comprar favores, ni forzar milagros.
Es perseverar.
Es volver una y otra vez, con fe, aunque parezca que no hay respuesta.
Dios no responde por presión. Responde por amor, a su tiempo, con sabiduría. Y aunque en el momento no entendamos su silencio, Él nunca deja de actuar.
Dejarse guiar
Jesús concluye esta enseñanza con una frase que sorprende: «¿Cuánto más el Padre del Cielo dará el Espíritu Santo a quien se lo pida?»
No dice que dará exactamente lo que pedimos; dice que dará al Espíritu.
Porque muchas veces oramos… pero no sabemos qué pedir. Tocamos puertas… pero no sabemos si es por ahí. Y es el Espíritu Santo quien ilumina, purifica y afina nuestro corazón.
Él no solo consuela: enseña. Nos forma para que nuestra oración no solo sea insistente, sino también sabia. Para que aprendamos a decir: “Señor, no sólo lo que quiero… sino lo que Tú sabes que necesito”.
Dios escucha, aunque las respuestas lleguen de otra forma
Y si has pedido y no se te ha dado, si has buscado y sigues sin encontrar, si has tocado puertas y ninguna se ha abierto, no pienses que Dios está lejos. Tal vez no es que Él no escuche… sino que aún falta invocar al Espíritu Santo. Porque cuando oramos sin su luz, corremos el riesgo de pedir mal, de buscar lo que no necesitamos o de insistir en puertas que no deberíamos tocar.
Pedir la ayuda del Espíritu Santo no es un detalle menor: es lo que transforma la oración en algo vivo. Nos permite orar con sabiduría, con discernimiento, con confianza real. Ya no se trata sólo de obtener respuestas, sino de encontrarnos con el Dios que sabe lo que es mejor, incluso cuando nosotros no lo comprendemos del todo.
Orar no empieza con palabras bonitas, sino con un acto profundo de confianza. Es dejar de intentar controlar el resultado, y simplemente volver... Volver al Padre, sin exigencias ni miedo. Y aunque no sepas por dónde empezar, basta con decir desde el corazón: “Padre… aquí estoy”.
Porque a Dios no le importan las formas. Lo que más anhela es que vuelvas.
Desde mi corazón al tuyo,
Angie M.








Te amo Padre ,y sé que me amas. Me lo has demostrado en más de una oportunidad. Se que estás ahi para mí aunque no te oiga. Tu amor es inmesurablemente mayor que el mío,pobre pecadora, pero soy tu creación. Te agradeceré siempre por darnos a tu Hijo, nuestro Señor y a María como Madre. Gracias por darme una familia que es tuya y todo lo que tengo. Todos los días los tengo presentes en mis oraciones pero siempre pienso, que debo amarte más. Aumenta mi fé y mi amor a Ti. Envía al Espíritu Santo a mi y a mi familia que se han alejado de tu Padre amado.