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Escrúpulos y orgullo espiritual

Dato: Nunca me ha gustado la idea de romper las reglas. Realmente disfruto de las reglas y pautas.


Soy la estudiante que ama cuando una tarea viene con instrucciones completas y detalladas y hasta con una lista de verificación. Soy esa niña que lloró en primer grado el día en que olvidé incluir la firma de un padre en mi libreta de tareas.


Me gusta saber lo que se espera de mí. Me gusta la claridad. Es liberador saber qué es lo correcto. Sin embargo, con toda honestidad, a veces llevo esto al extremo de mi vida espiritual. Hay momentos en que me enorgullece; mi actitud de "más santo que tú" sale con venganza. Otras veces, soy escrupulosa y ansiosa porque todo lo que hago es pecaminoso o no es lo suficientemente bueno.


Creo que estos son los peligros que cualquier persona seria acerca de vivir una vida fiel puede enfrentar. Sin embargo, estoy aprendiendo que no se trata de "seguir las reglas" sin falta. Se trata de ser un instrumento del amor del Padre en el mundo.


Entonces, si luchas con los escrúpulos o tienes un problema de orgullo, esto es para ti.


Seamos claros


Antes de continuar, quiero ser explícita: la moralidad importa. De ninguna manera estoy diciendo que podemos tirar los Diez Mandamientos por la ventana o que nuestras acciones no tienen consecuencias. Hay, de hecho, verdades morales. El pecado es real y las decisiones que tomamos sobre cómo actuar son importantes.


Una cosa que más me gusta de la fe católica es que la Iglesia es muy clara sobre la moral. Incluso cuando hay verdades difíciles, si nos tomamos el tiempo para hacer preguntas y buscar la Verdad, está claro que estas enseñanzas morales tienen su origen en Dios. Estas son Verdades reveladas por Él, ya sea en la ley natural, su Palabra Sagrada o por su Hijo Jesucristo.


Lo que quiero enfatizar es que la moralidad no es un fin en sí misma. La pregunta es: ¿cuál es la motivación de nuestras acciones (morales o inmorales)? ¿Miedo a la condenación? ¿Orgullo? ¿O es amor de Aquel que nos ama?


El Nuevo Mandamiento


En la Última Cena, Jesús les dijo a sus discípulos: "Si me aman, guardarán mis mandamientos... Este es mi mandamiento, que se amen los unos a los otros como yo los he amado a ustedes" (san Juan 14,15; 15,12). Luego procedió a dejar su túnica y lavar sus pies, ya que pronto daría su vida por amor a ellos. Jesús no pidió a sus discípulos que dieran lo que no tenían. No, derramó su amor por ellos para que pudieran dárselo a otros.


Al reflexionar sobre estos versículos, Jesús me dejó en claro que vivir sus mandamientos nunca fue acerca de tirar de mis botas morales y hacerme perfecta. Se trata de recibir el regalo de amor que me dio en su vida, en la Cruz y en la Eucaristía. Es dejar que Él me ame, y luego responder con amor al amarlo a cambio y amar a los que ama (pista: esos son todos).


Cuando Jesús dio este "nuevo" mandamiento a sus discípulos, no estaba diciendo que todos los demás mandamientos no importaran. Más bien, todos los demás mandamientos se resumieron y cumplieron en su solicitud de que nos amemos unos a otros como Él nos ha amado. Cuando hacemos esto, estamos viviendo cada otro mandamiento.


No hay lugar para el orgullo


¿Dios quiere que aprendamos unos de otros sobre cómo llevar vidas santas y fructíferas? Sí. ¿Quiere que nos cuidemos unos a otros y nos ayudemos cuando caigamos en acciones que no son buenas o rectas? Absolutamente.


Pero Dios no nos pide que mantengamos el puntaje como si la santidad fuera un juego con un sólo ganador.


Vivir el amor de Dios no deja lugar para el orgullo; no hay lugar para una mirada hacia arriba y una perspectiva de "soy más santa(o) que tú". Si amamos como Dios ama, reconocemos que cada persona que vive, ha vivido o vivirá es la persona por la que Cristo dio su vida. Cada una de nuestras acciones vendrá de un lugar en el que realmente queremos lo mejor para la persona amada.


Amor misericordioso


Al otro lado de la moneda, el mandamiento de Jesús nos pone cara a cara con su amor misericordioso. Cristo no nos pidió que amemos bajo ningún tipo de condiciones porque no tiene condiciones en su amor por nosotros. San Pablo nos recuerda en su carta a los Romanos: "Pero Dios muestra su amor por nosotros en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros" (5,8).


Nuestras acciones deben ser una respuesta al amor de Dios, no un intento de ganarlo. Si luchas con la escrupulosidad, sientes que no eres lo suficientemente bueno o que lo mejor que puedes dar sigue siendo malo, recuerda que Cristo ya dio su vida en amor por ti.


Permítele que te ayude, sigue avanzando y entrégate al amor misericordioso del Padre.


Amar a otro


Sé lo fácil que es caer en el orgullo o la ansiedad en nuestro viaje hacia Dios. Y sé, que hay algunos de ustedes leyendo esto que piensan: "Ok, pero esto empeora las cosas. ¿Cómo voy a amar como Dios ama?"


Para responder a esa pregunta, quiero dejarlos con una pizca de sabiduría del Padre. En su libro el sacerdote francés Jean C. J. d'Elbée: "I Believe in Love", basado en las enseñanzas de santa Teresa de Lisieux, nos dice: "A great desire to love is already a great love" ("Un gran deseo de amar ya es un gran amor").


Hermano (a), no olvides que la santidad no es un concurso. No dejes que los escrúpulos te roben la paz.


Más bien, permite que el amor de Dios despierte en ti un gran deseo de amar.



Desde mi corazón al tuyo,

Angie M.

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