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San José, Padre y Señor

Actualizado: 26 mar

«Dios mismo amó al hombre con amor casto, dejándolo libre incluso para equivocarse y ponerse en contra suya. La lógica del amor es siempre una lógica de libertad, y José fue capaz de amar de una manera extraordinariamente libre. Nunca se puso en el centro. Supo cómo descentrarse, para poner a María y a Jesús en el centro de su vida.» (Carta apostólica Patris Corde, Punto 7, 2020).

De San José se ha escrito y dicho aparentemente todo, y al mismo tiempo, lo nuevo que se escribe al respecto del Santo Patriarca pareciera ser lo “mismo”. La misma lógica se promueve en algunos espacios con relación al Santo Evangelio, que está “pasado de moda”, “no es actual”, “son enseñanzas obsoletas”, y así un sinfín de pretextos que sólo ratifican una cosa: la eterna pedagogía divina que, en cualquier momento de la historia y a cualquier persona, le abre horizontes acogedores dentro del alma que ayudan a encontrar y abrazar la Verdad.


Y es así que la primera consideración es para hacer un vínculo perfecto entre el tiempo cuaresmal y San José. El nexo es tan sencillo como complejo en su amplitud: el silencio —que es absolutamente necesario y sin él faltaría hasta la gracia—, según nos han señalado los santos a lo largo de toda la historia.


En la Sagrada Escritura no existe ni una sola palabra recogida de San José y esa inactividad de palabra no quiere decir que el Santo Patriarca haya permanecido estático. Por el contrario, todas las veces que se menciona a San José es para indicar que ha seguido sin miramientos ni contemplaciones las indicaciones recibidas en la oración. Personalmente considero que la Sagrada Familia es escuela continua de oración, y creo que no caigo ni induzco al error, si afirmo que cada palabra, gesto, actividad, y hasta el dormir, eran ocasión de presencia de Dios dentro de los miembros de la Sagrada Familia. San José no escapa de esta afirmación, por supuesto.


Imagen de San José Dormido, Jeffrey Pioquinto.
Imagen de San José Dormido, Jeffrey Pioquinto.

Recordemos cómo después de la marcha de los Magos, San José es avisado para que "tome al Niño y a su madre para que huyan a Egipto; muerto Herodes, de nuevo es avisado San José por el Ángel para que vuelva a tierra de Israel" (Mateo 2, 13-15; 19-22). No es extraño que en la Iglesia estos pasajes hayan sido fuente de la devoción al Santo Patriarca, «que hizo las veces de padre de nuestro Señor Jesucristo y que fue verdadero esposo de la Reina del universo y Señora de los ángeles. José fue elegido por el eterno Padre como protector y custodio fiel de sus principales tesoros, esto es, de su Hijo y de su Esposa, y cumplió su oficio con insobornable fidelidad (…). Si es verdad que la Iglesia entera es deudora de la Virgen Madre por cuyo medio recibió a Cristo, después de María es San José a quien debe un agradecimiento y una veneración singular» (S. Bernardino de Siena, Sermones 2).


Probablemente hoy en día, esta veneración y agradecimiento particular a San José —en general y en particular— se ha quedado muy corto. Sin el fiat de nuestra Madre, la Virgen Santísima, la historia de la Salvación nunca hubiese llegado a final feliz; paralelamente, sin la acción en silencio de San José, triste sería la historia de la humanidad.


Es oportuno también traer a nuestra consideración que los designios divinos tampoco se hubiesen llevado a cabo y no habría cobrado vida aquello que narra la Sagrada Escritura, afirmando que nuestro Señor Jesucristo es “estirpe de David”, sin la acción de San José. Por supuesto que esta acción en particular y toda la economía de la salvación es obra de Dios, pero


en la figura de San José se entiende que Dios tuvo la iniciativa al elegirlo para ser esposo de la Virgen y padre de Jesús.


San José con el Niño dormido en brazos (detalle). Francisco Camilo, 1652. Museo del Prado, Madrid.
San José con el Niño dormido en brazos (detalle). Francisco Camilo, 1652. Museo del Prado, Madrid.

San Juan Crisóstomo hace la siguiente reflexión con relación a la paternidad de San José: «No pienses que por ser la concepción de Cristo obra del Espíritu Santo, eres tú ajeno al servicio de esta divina economía. Porque si es cierto que ninguna parte tienes en la generación y la Virgen permanece intacta, sin embargo, todo lo que pertenece al oficio de padre sin atentar a la dignidad de la virginidad, todo te lo entrego a ti: ponerle nombre al hijo. Tú, en efecto, se lo pondrás. Porque, si bien no lo has engendrado tú, tú harás con él las veces de padre. De ahí que, empezando por la imposición del nombre, yo te uno íntimamente con el que va a nacer» (Mateo 4,12).


De esta cuenta podemos empezar a reafirmar que el silencio de San José era un silencio activo previo, o paralelo, a la oración. Y aquí es donde la enseñanza del Santo Patriarca vuelve y cobra vida en cada uno de nosotros: cada quien tiene sus momentos de silencio, o al menos a partir de estas consideraciones sería más que recomendable procurar el silencio y acto seguido la actividad (entiéndase la actividad propia del que quiere o está en una lucha ascética). De lo contrario no es recomendable para cuerpo y alma caer en un activismo sin sentido, es preferible la actividad del que busca en este tiempo de Cuaresma el arrepentimiento, la expiación y la conversión para recibir con alma exultante y pulcra la pronta Pascua del Señor.


En segundo lugar, —a propósito, también del tiempo cuaresmal y San José— es del conjunto de las virtudes encarnadas en el Santo Patriarca, y la que pondremos en consideración: la castidad (obvia para algunos en la persona de San José y enredada, discutida y sin sentido para otros). Pero esta castidad es precedida y asentada por otra virtud, la templanza y ésta a su vez, es asidero de otras virtudes.


Y así, en la persona de San José, todas las virtudes son eslabones fortísimos y recubiertos de la caridad más absoluta.


Es la templanza de San José la que hace que el mismo sea resaltado por la Santa Madre Iglesia, a lo largo de la historia como espejo de esta virtud.


Ya lo recoge la escritura en el Evangelio según San Mateo (Mt 1,16.18-21. 24a), «José, su esposo, como era justo y no quería exponerla a infamia, pensó repudiarla en secreto. Consideraba él estas cosas, cuando un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: —José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que en ella ha sido concebido es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. Al despertarse, José hizo lo que el ángel del Señor le había ordenado.»

 

Sagrada Familia (detalle). Francisco de Goya, 1787. Museo del Prado, Madrid.
Sagrada Familia (detalle). Francisco de Goya, 1787. Museo del Prado, Madrid.

Y es que, en aquel tiempo, hacer el gesto del repudio en silencio era para el varón acto de virilidad total, y San José como es el varón por excelencia, sitúa la vara de medir muy alto, tan alto que sólo con la gracia podemos asemejarnos un poco al actuar de San José. Para la mujer, aquel acto de repudio tenía consecuencias terribles, incluso la muerte, según las circunstancias.


En ese mismo orden de ideas, en cuanto a San José y la virtud de la prudencia podemos comparar el puntual actuar de, por ejemplo, San Pedro en aquel pasaje —uno de tantos— en el que en un arrebato santo por defender a Nuestro Señor —a mi entender— pecó de imprudente. Recordemos aquel pasaje del Evangelio según San Juan: «Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó, hirió al criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. El criado se llamaba Malco. Jesús le dijo a Pedro: —Envaina tu espada. ¿Acaso no voy a beber el cáliz que el Padre me ha dado?»


Por último, consideremos que Jesús después de enseñar algunas parábolas acerca del Reino de los Cielos, volvió a su ciudad según nos narra San Mateo en su Evangelio: «...y allá se puso a enseñarles en su sinagoga, de manera que se quedaban admirados y decían: —¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos poderes? ¿No es éste el hijo del artesano?» Quiere decir que, en su tierra lo conocían también por el trabajo que seguramente en su momento desempeñó junto a su padre, San José.


Sagrada Familia, Nacho Valdés y Maysa Valdés. Madrid, 2020.
Sagrada Familia, Nacho Valdés y Maysa Valdés. Madrid, 2020.

Y así, podríamos extraer de la Sagrada Escritura cada pasaje en el que San José es mencionado, y en cada uno de ellos siempre está "haciendo". Nos toca hacer pues, recalco, en este tiempo de cuaresma, procurar el silencio en nuestra actividad diaria (la oficina, el taller, el vehículo, los traslados o cualquier actividad) en la que contemos con la oportunidad de buscarlo y encontrarlo en la normalidad ordinaria, más aún, en el triduo pascual hacia el que vamos caminando.


Dejaremos para un siguiente artículo la consideración sobre el Santo Patriarca, otras de las muchas virtudes en las que es maestro, y pidámosle que nos ayude a guardar el silencio para actuar según la voluntad de nuestro Padre Dios.

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