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Vida interior

Escuchamos con frecuencia que debemos tener vida interior, que es importante cultivarla, que la verdadera felicidad la encontramos si tenemos mucha vida interior, y otros consejos por el estilo. Siempre habrá más de algún amigo, familiar o sacerdote que nos recomiende “tener vida interior”, que nos diga que es bueno para nosotros, que debemos trabajarla, entre otras cosas; o quizás nunca hayamos escuchado sobre esto… pero, ¿sabemos exactamente a qué se refiere?


Si partimos de la teología básica, la vida interior es el aspecto fundamental y esencial de la vida cristiana y apostólica, pues no es más que el fruto de la unión con Dios y de la identificación con Su Voluntad. En otras palabras, es la lucha constante por no alejarse de Él, lo que nos lleva a nutrir nuestro crecimiento personal en todos los aspectos, mejorando asimismo nuestro plan de vida. Citando a Juan Cabrera, tener vida interior es “robustecer el alma, nutriéndola cada día con alimento espiritual sano, con la clara consciencia de nuestra vocación cristiana y de nuestra misión” como hijos de Dios y miembros bautizados de la Iglesia Católica.


Sabemos por enseñanza del Catecismo de la Iglesia Católica, de los doctores de la Iglesia, y de numerosos Santos y teólogos a lo largo de la historia que la fuente de la verdadera felicidad es vivir en verdadera amistad con Dios, pues es nuestra meta a alcanzar en la vida eterna. Esta ley natural, que nos impulsa a la búsqueda de Dios y su permanencia en nuestras vidas, se encuentra en el interior de cada ser humano: está inscrita en lo más profundo de nuestros corazones. Si tenemos a Dios en nuestra vida, encontraremos con mayor facilidad la paz, la alegría, el gozo y la serenidad que solamente vienen de la convivencia con Él, y no de las cosas exteriores y mundanas que solo nos llevan al pecado y a alejarnos de Su amistad.


Cuando decimos que debemos tener vida interior, realmente estamos diciendo que debemos tener mucha conversación con Dios, un trato frecuente con cada una de las tres personas de la Santísima Trinidad, no desfallecer en la lucha virtuosa, invertir tiempo en un crecimiento espiritual y personal profundo fruto de la interiorización y conciencia plena de nuestros actos, y por supuesto, perseverar en prácticas de piedad privadas y cotidianas propias de la vida cristiana.


La vida interior es entonces, bajo palabras de San Josemaría Escrivá de Balaguer (especialista y practicante asiduo de la vida interior), poner más vibración de amor de Dios en la pelea espiritual” y “luchar por Amor hasta el último instante”. Es el comenzar y recomenzar de nuestra vida espiritual, poniendo todos los medios a nuestra disposición para perseverar.


¿Por qué es importante la vida interior?


Tener vida interior en un mundo en donde los valores materialistas y relativistas se imponen por sobre la espiritualidad y los valores cristianos, es necesario, no solo para nosotros mismos sino para la convivencia con los demás y la actividad apostólica. Es primordial para arrancar todo cuanto pueda alejarnos de Dios y no permitirnos cumplir la misión que se nos fue asignada al ser creados: ser instrumentos dóciles a Sus designios. También nos ayuda a luchar en las cosas pequeñas de cada momento del día, a templar nuestro carácter, ejercitar el alma en la práctica de las virtudes y valores que nos forjarán y llevarán a la contemplación de Dios aquí en la vida terrena y en la vida eterna.


Ser almas contemplativas con alegría sobrenatural es la consecuencia y fruto de tener una vida interior rica de cara a Dios.


Qué es y qué no es la vida interior


Sin embargo, la vida interior no es una máscara ni la pretensión de ser personas impolutas e iluminadas que se pasan la vida en la iglesia o pensando en ser el mejor ejemplo a seguir de buen cristiano. No es encerrarnos en nosotros mismos sin pensar en las necesidades de los demás o en lo que Dios quiere realmente de nosotros. No es enfocarnos únicamente en nuestra actividad apostólica olvidando las necesidades espirituales y materiales de las personas que nos rodean. No es, como dice el sacerdote francés Joseph Tissot en su libro “La vida interior”: «el sentimentalismo de una vida de piedad exterior y de oración basada en emociones y sensaciones, (...) ni una vida superficial que vive de lo exterior sin penetrar en lo íntimo del alma». La vida interior no es una vida cristiana artificial a ojos de los demás pero vacía a ojos de Dios.


Es todo lo contrario. Es tener presente a Dios en cada momento de nuestra vida a lo largo de la jornada; es ser amigos de los demás, ser almas dispuestas a ayudar a todo el que se nos acerque. Es, no solo vivir la vida de Cristo, sino ser realmente “otro Cristo”. Es vivir la experiencia de Dios en cada aspecto de nuestra vida, estando en permanente contacto con Él y siendo conscientes de nuestras limitaciones y puntos a mejorar. Es la actitud de sabernos hijos amantes de Nuestro Padre y confiar en Su Voluntad Santísima y Divina Providencia. Es vivir para Dios, llevarlo y entregarlo a los demás, para que puedan, a su vez, edificar sus almas y encaminarse a una vida llena del Amor de Dios.


Consejos de los Santos para cultivar la vida interior

  • Buscar el trato frecuente con Jesús en el Sagrario: ser almas contemplativas en medio del mundo.

  • Distinguir y adorar a cada una de las personas de la Santísima Trinidad.

  • Vivir en comunión con el Padre, con Cristo y toda la Iglesia en el Espíritu Santo.

  • Acudir a la Virgen María y a San José para aprender a tratar y amar a Dios.

  • Saludar constantemente a Jesús y a María con jaculatorias que nos recuerden su presencia en nuestro día a día, así como a nuestro Ángel Custodio para que nos ayude en la lucha interior.

  • Perseverar en la oración: hacerla con frecuencia, dedicarle tiempo y silencio, con actitud de calma, fe, reflexión, humildad y agradecimiento.

  • Frecuentar los sacramentos, especialmente la Eucaristía.

  • Examen de conciencia diario: hacerlo con delicadeza, honestidad y a profundidad.

  • Confesión frecuente y prudente dirección espiritual (para no dejar todo a nuestro propio criterio).

  • Permanecer en gracia y guardar los sentidos internos y externos.

  • Cuidar las conversaciones, dando un tono sobrenatural.

  • Conocer nuestras debilidades y defectos para aprender a evitar las ocasiones de pecado, tanto veniales como mortales.

  • Cumplir los deberes pequeños y ordinarios de cada instante.

  • Vivir con espíritu de penitencia y mortificación constantes.

  • Acudir a medios de formación humana y espiritual.

  • Cultivar y practicar todas las virtudes, principalmente teologales: fe, esperanza y caridad.

  • Practicar las normas de piedad cotidianas, especialmente el Santo Rosario.

  • Lectura espiritual: guiada y acompañada para que sea verdadero alimento que nutra el alma y no distorsione nuestra visión de la realidad o comprensión del Amor de Dios.

  • Cultivar la amistad fraterna con personas que nos acerquen a Dios y a la vez ser amigos de quienes están lejos de Él para encaminarlos.

  • Contemplar e imitar a Nuestra Madre María Santísima, modelo magnífico y perfecto de vida interior, entrega y amor a Dios.

Una riqueza invaluable que tenemos nosotros como católicos es que podemos acudir a los grandes maestros de vida interior. Tenemos el regalo de poder estudiar e interiorizar los escritos y enseñanzas de diversos santos que evocan este tema, tales como san Pablo, santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz, santa Teresita del Niño Jesús, san Josemaría Escrivá, san Juan Pablo II, entre otros. También podemos estudiar y aprender el ejemplo de los padres de Jesús María y José a la luz de los Evangelios, testimonios vivos de vida interior.


Así como es preciso crecer físicamente y alimentarnos para fortalecer el cuerpo, lo es también desarrollar la vida moral del corazón, las facultades del alma, y la vida intelectual del espíritu. Todo ello dirigido y referido sobrenaturalmente hacia la amistad con Dios, quien es nuestro principio y fin, anhelo y el consuelo de nuestra alma.

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