Sin siquiera entrar en la pregunta de por qué hay sufrimiento, creo que todos nos damos cuenta de que es parte de nuestra existencia humana. Sin duda, todos hemos experimentado o visto a un ser querido experimentar dolor, físico o emocional.
En un mundo que promueve una búsqueda interminable de progreso y avance, a menudo sólo queremos una solución rápida para el sufrimiento. Sentimos la necesidad de levantarnos a nosotros mismos o a nuestro ser querido. Proponemos mil soluciones para erradicar el dolor. O, lo que es peor, nos sentamos y reflexionamos sobre las muchas cosas que creemos que deberíamos haber hecho o dicho para evitar el desastre en primer lugar. Al igual que María cuando murió su hermano Lázaro, podríamos recurrir a Jesús y decirle: "Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto" (san Juan 11,32).
Somos muy rápidos para actuar: resolver el problema, echar la culpa, salir corriendo. Tenemos miedo de sufrir, yo misma muuuuy incluida. Sin embargo, Jesús nos enseñó en la cruz a abrazar nuestro sufrimiento y unirlo a los suyos ... Pero, ¿cómo hacemos eso?
"Sufrir con"
Esta fue la pregunta que reflexioné durante días después de que una de mis mejores amigas compartió su tristeza conmigo. Al reflexionar, recordé algo que un profesor nos dijo una vez en clase: "Creo que lo más importante que podemos enseñar a nuestros hijos es la compasión". Sabía que esta era la respuesta de Cristo a mi pregunta.
De raíz latina, "compasión" literalmente significa "sufrir con". Me di cuenta de que cuando decimos que estamos uniendo nuestro sufrimiento a Jesús, no sólo significa continuar amando a Cristo. También significa permitir que su Corazón compasivo sufra junto al nuestro.
El sufrimiento es inevitable y no está destinado a ser experimentado sólo. Cristo está allí con nosotros en cada paso del camino. Lloró junto a María y Marta cuando perdieron a su hermano (cfr. san Juan 11,35). Él llora con nosotros cuando nuestros corazones sienten dolor. Y, nos invita a asumir ese mismo corazón compasivo por los demás.
Cada vez que un ser querido viene a nosotros con su dolor, tenemos la oportunidad de ser la imagen de Cristo para ellos. Hay un momento para encontrar soluciones, para darles ánimo y para ayudar a nuestros amigos y familiares a recuperarse. Aun así, esas nunca pueden ser nuestra forma de eliminar su dolor. No podemos encontrarnos con ellos indiferentes: "Bueno, la vida es difícil". Más bien, encontrémonos con una mano para sostener, brazos dentro de los cuales pueden descansar sus pesados corazones, y hombros donde llorar. No huyamos del sufrimiento, especialmente cuando tenemos miedo de no tener las cosas correctas que decir, sino que lo veamos con compasión. El amor mira a los ojos de la persona amada y dice: "Estoy aquí para compartir tu dolor".
Él está presente
Antes de su Pasión, Jesús agonizó en el huerto de Getsemaní temeroso de su sufrimiento venidero, desconsolado por el dolor que su amada creación debía soportar.
Se volvió hacia el Padre en busca de fuerza. No pidió soluciones a sus amigos ni se lamentó con ellos de haber podido hacer las cosas de manera diferente y evitar la muerte. Se volvió hacia ellos y dijo: “Mi alma está triste hasta la muerte. Quédense aquí y velen conmigo” (san Mateo 26,38).
Amigos míos, cada vez que un ser querido viene a nosotros con tristeza, Jesús repite lo mismo que le pidió a sus discípulos esa noche en el huerto. Nos encontramos con Dios pidiéndonos que cuidemos a su amada (o). Que podamos responder sin temor a enfrentar el sufrimiento con compasión, tristeza con amistad, tristeza con amor.
Desde mi corazón al tuyo,
Angie M.
Escucha: “Mi sufrimiento tiene un propósito”
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