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Descendió a los infiernos

«Que el Dios de la paz, que levantó de entre los muertos al gran Pastor de las ovejas en virtud de la sangre de una alianza eterna, a Jesucristo Señor nuestro» Hb, 13 – 20.


En la profesión de fe que se hace en el Credo contemplamos las verdades del catolicismo, este se divide en tres partes; la primera habla de Dios Padre y la creación, la segunda de Dios Hijo y la redención de los hombres, y la tercera de Dios Espíritu Santo y la santificación. Pero, nos detendremos en la segunda cuándo profesamos “Jesús descendió a los infiernos”, cuan glorioso debió ser ese Sábado Santo en que aquellos que se encontraban allí por años vieron llegar al Rey de Reyes para liberarlos a quiénes por justa causa lo merecían; cumpliéndose de esta manera completamente el anuncio evangélico de la salvación. Sin embargo, los primeros cristianos también hacían referencia con ello a que Jesús verdaderamente murió, siendo participe así del sufrimiento y muerte como todo ser humano.


En una antigua homilía que hace parte del oficio de lectura de esta fecha nos ofrece grandes luces sobre este suceso, cuándo Jesús va directamente a buscar a Adán y le dice:


“Por ti, yo, tu Dios, me he hecho hijo tuyo; por ti, siendo Señor, asumí tu misma apariencia de esclavo; por ti, yo, que estoy por encima de los cielos, vine a la tierra, y aún bajo tierra; por ti, hombre, vine a ser como hombre sin fuerzas. Abandonado entre los muertos; por ti, que fuiste expulsado del huerto paradisíaco, fui entregado a los judíos en un huerto y sepultado en un huerto… Me dormí en la cruz, y la lanza penetro en mi costado, por ti, de cuyo costado salió Eva, mientras dormías allá en el paraíso. Mi costado ha curado el dolor del tuyo. Mi sueño te sacará del sueño de la muerte. Mi lanza ha reprimido la espada de fuego que se alzaba contra ti”.


Jesús afirma que todo lo ha hecho por amor y para dar la salvación al mundo entero desde el primero hasta el último hombre existente. De igual forma, esto ha de llevar a reflexionar en la importancia de orar, ofrecer eucaristías y obras benéficas por los difuntos ya que desconocemos si penan en el purgatorio, que apelando a la comunión de los santos debemos ser almas vigilantes, reparadoras y auxilio para aquellos que esperan como sucedió hace dos mil años poder subir a Gloria de Dios para descansar eternamente. Y también de esforzarnos en no cometer pecados mortales acudiendo a los sacramentos y ayuda divina, como nos menciona Dios en Eclesiástico 7, 36: En todas tus acciones ten presente tu fin, y así jamás cometerás pecado.


Santo Tomás de Aquino dijo que quién en vida medita este acontecimiento y el infierno difícilmente en muerte va a padecer porque se infunden en la persona el santo temor a no ofender a Dios, ni apartarse de Su amor; teniendo el propósito de trabajar por la salvación de las almas para evitar que no llegasen a la condenación eterna.


Por eso, nunca será tarde para volver a Jesús y permanecer en Su amor, porque el llamado es a estar unidos a Él.

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