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El Espíritu Santo: el gran desconocido

“Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré” (Juan 16, 7)


Empezaba el año 2005, cuando a pesar de llevar toda mi vida en la Iglesia, bautizado de meses, participar de pascuas infantiles, pascuas y pastoral juvenil, proclamador de la palabra, ministerios de música, tuve mi primer encuentro personal con Cristo; siempre había oído hablar de Él, pero nunca había hablado con Él, recuerdo quedar arrodillado frente a un cuadro del Señor de la Divina Misericordia, llorando fuertemente al reconocerme un pecador empedernido, y como dice la canción de Luis Enrique Ascoy “… y fue allí, donde comenzó la vida…”.


Podríamos decir que el gran desconocido para mí en ese momento era Cristo, ¡y sí!, Cristo era un total desconocido, a pesar de haberle “servido” desde mi niñez, no es lo mismo la teoría a la práctica, una cosa es lo que escuchas, otra lo que vives, y fue cuando empecé a intimar con Él, cuando comencé a conocerle y a entender que esperaba de mí.


El título de este artículo habla del Espíritu Santo como el gran desconocido, pero empecé hablando de Cristo porque si no conocía a Cristo, mucho menos al Espíritu Santo. Para esa época El Señor me llamó a servir en los grupos de oración y comunidades de la Renovación Carismática Católica (RCC), ya antes había tenido un acercamiento a esta corriente de gracia, pero ya sirviendo allí tuve una experiencia de Espíritu Santo más profunda, más intima con el Espíritu de Dios, a pedirle a Dios una efusión de Su Espíritu, una doble porción, al estilo de Eliseo, conociéndole más, amándole más, anhelándolo más.


En el marco de esta experiencia con el Espíritu Santo, me di cuenta que es muy desconocido para nosotros los católicos, desde pequeños, si tuvimos la bendición de haber nacido en una familia católica, nos enseñan a dirigirnos a Dios, ya sea como "papito Dios" (por lo menos eso es muy común en mi país, Colombia), o como el Niño Jesús, pero poco o nada del Espíritu Santo. El Antiguo Testamento nos habla mucho de la primera persona de la Santísima Trinidad, su nombre Yahvé, Yahvé Yiré, Yahvé Sebaot, entre otros, y se hace mención de ese Mesías que habría de venir. Los Evangelios en el Nuevo Testamento, nos hablan de Jesús, de su vida pública, de sus milagros, enseñanzas, pasión, muerte y resurrección, y allí Jesús nos promete que Él debe partir para enviarnos un defensor, un paráclito; pero del Espíritu Santo, solo venimos a escuchar las lecturas que se refieren a Él, en tiempo de pascua y después de la resurrección de Jesús, hasta el día de pentecostés.


Quiero invitarlos a que pidan diariamente el Espíritu Santo, con una oración tan sencilla, que solo consta de tres palabras, tan sencilla como lo es Él, el amor del Padre y del Hijo, solo debes decir: ¡VEN ESPÍRITU SANTO!, y deja que Él obre en ti, de conocerle más, de abrirte más a Su Amor, a ese amor que renueva, que unge, que sana, que transforma, ese Espíritu que nos da todos sus dones y carismas, y así dejará de ser el gran desconocido, para convertirse en nuestro mejor amigo.


¡VIVA CRISTO REY! ¡VIVA MARÍA SANTISIMA! ¡VIVA EL ESPÍRITU SANTO!


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