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El proyecto favorito de Dios

Me parecen lejanos esos días en los que me encantaba escribirles cartas a mis papás, sin que fuera una fecha especial; me sentía realmente libre cuando lo hacía, mis sentimientos fluían y se condensaban perfectamente en un trozo de papel. Esa misma niña a la que le encantaba que su mamá la invitara a buscar las citas bíblicas de las lecturas diarias o a rezar el Rosario, la que todas las noches no podía dormir sin un Padre Nuestro, Ave María y un Ángel de la Guarda.


Aunque mi familia no era la más practicante en ese momento, me familiaricé con las cosas de Dios desde muy temprana a edad, a lo que de cierta forma también aportó la escuela católica; recuerdo especialmente que le pedía a Dios por mis estudios, y siempre supo hacerme sentir acompañada.


Fui creciendo, y las cosas empezaron a no ir tan bien en mi familia, especialmente en lo económico, lo que se tradujo en un constante conflicto entre mis padres, en el que yo, indefensa, estaba en el medio; quise huir de esta realidad, y lo que hice fue encerrarme en mí misma, no expresaba, no comunicaba, tampoco tenía muchos amigos, y Dios también parecía permanecer callado frente a mi situación. Me llené de muchos miedos y así crecí.

Yo era la más tímida e insegura de mi clase. Lo que no sabía era que Dios, a través de mi historia, construía un camino que me llevaba directamente a Su Sagrado Corazón. En mi juventud buscaba a Dios, pero realmente no había tenido un encuentro con Él; o más bien, me negué a abrirle la puerta, solía ver a la Iglesia más como un lugar y no como el Cuerpo Místico de Cristo, en el que todos somos sus miembros; por lo cual nunca llegué a comprometerme realmente.


Dejé a mi familia en el 2009 por ingresar a la Universidad, me fui a vivir a una ciudad a 8 horas de mi pueblo natal, fue una experiencia complicada en sus inicios, ya que siempre fui la hija única muy apegada a su mamá; no obstante, supe refugiarme en el rezo del santo Rosario y en la Eucaristía dominical, me sentía en todo acompañada y protegida por Dios, ahora comprendo que mi relación con Él en esos momentos era muy superficial, me limitaba a pedirle, lo veía más como un proveedor que como un amigo.


Me gradué en el 2014 como profesional en Negocios Internacionales, con honores. Después de mi grado profesional continué estudiando, gracias a una beca que gané por el buen desempeño en mi carrera. Aunque el futuro parecía promisorio, en momentos me sentía vacía, lo tenía todo para ser feliz, pero no lo era. Hoy reconozco que gasté más de 20 años de mi vida sin saber amar auténticamente, como consecuencia mis relaciones con otras personas no eran las mejores, las veía más como un intercambio, en el que terminaba decepcionándome rápidamente. Mi temperamento no colaboraba, mi sensibilidad extrema me convirtió en un baúl lleno de rencores, todo el tiempo estaba amargada.


Fue hasta el 2016 que las cosas empezaron a cambiar. Regresé a mi pueblo después de terminar mis estudios de postgrado, ese tiempo fue realmente un respiro para mi alma. Mi mamá asistía a una parroquia franciscana, en la que era catequista; desde el primer momento el carisma franciscano supo hablarle del verdadero Amor a mi corazón herido: ver a los frailes darlo todo sin esperar una retribución humana, literalmente gastando su vida por el Reino de los Cielos, me movió a poner mi vida al servicio del Bien mayor.


Recuerdo que la primera vez que experimenté con fuerza el amor de Dios, fue en la vigilia de Pascua del mismo 2016, entendí que realmente Él estaba presente en el Altar y que se daba por entero a mí, esa noche no pude parar de llorar, ya no podía seguir ignorando Su amor que me había buscado insistentemente durante 24 años. Sentir Su amor me movió a poner mi vida a Su servicio, comencé siendo catequista, después ministra de la Palabra, iba de pueblito en pueblito, cada vez que necesitaban a una catequista yo estaba dispuesta, tampoco me negaba para la misión de Semana Santa o Navidad, Jesús se convirtió en mi pasión, y aunque en ese momento no era muy instruida en temas de fe, Su amor me capacitó.


La chica tímida a la que le daba miedo expresar, ahora quiere gritarle al mundo las maravillas que Dios hizo en su corazón; ya no escribe cartas para sus padres, ahora le escribe al más grande Amor.


Mis pecados ya no me definen, ni me hacen sentir inferior, como lo diría San Maximiliano Kolbe: la Cruz fue mi escuela del amor. Con el tiempo sigo descubriendo que al igual que Jesús es pasión para mí, yo también soy Su pasión, pues no escatima esfuerzos en perfeccionarme, aunque a veces duela.


Tú y yo somos el proyecto favorito de Dios.


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