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Un Santo que cambió el mundo actual

Valiente, creativo, alegre, incansable, carismático.


Estos y muchos otros atributos, hicieron de este gran Papa un hombre de nuestro tiempo capaz de alterar el curso de la Historia.


"Totus Tuus" (Todo Tuyo). Ese fue el emblema de su pontificado, confiado a su gran amor: la Virgen María. Huérfano de madre desde muy niño, forjó su adolescencia a la sombra de su padre (a quien luego perdió siendo aún joven). Tantas pérdidas las enfrentó con una férrea confianza en Dios, y eventualmente, después de un gran discernimiento sobre la figura de Nuestra Madre, adquirió una gran filiación por la Santísima Virgen, misma que le acompañó durante el resto de su vida, hasta el último momento de aquel triste día 2 de Abril del 2005.


¿Cómo comprender el siglo XX, y su extensión hacia este nuestro siglo XXI actual, sin la intervención de Dios por medio de su Vicario durante más de 25 años?


Incansable viajero, recorrió decenas de países en un periplo que sumó el equivalente a varias vueltas a la Tierra. Pero no era un turista de ocasión. Cada viaje estaba escrupulosamente pensado con un fin en mente. Juan Pablo II sabía cuál era el lugar adecuado a visitar y el momento oportuno para hacerlo. Y muchas veces no fue libre de riesgos. Como por ejemplo aquella histórica visita a Centroamérica cuando hubo que gestionar una tregua durante la guerra civil Salvadoreña.


Gran conocedor de la historia moderna, sabía a fondo los entresijos del complejo mundo del siglo XX. Vaya, él mismo sufrió y padeció los estragos de la segunda guerra mundial y el posterior predominio de la URSS a su amada Polonia. Por ello, fue delicadamente bordando los hilos que lograron algo impensable: que en el año 1989 se derrumbara -así, sin un solo disparo- el icónico muro de Berlín, cuya caída fue arrastrando otros acontecimientos, uno tras otro, hasta concluir en la disolución de la URSS y su consecuente señorío como promotor del comunismo en todo el mundo, desde Europa del Este hasta América Latina.


El siglo XX fue pródigo -como un dichoso regalo del Cielo- en darnos grandes Santos: Sor Faustina, San Josemaría Escrivá, Padre Pío, Madre Teresa, San Oscar Romero, los Pastorcitos de Fátima, los Papas Juan XXIII y Paulo VI, por hacer una pequeña pero inconclusa lista de todos ellos. Y analizando la vida del pontífice Wojtyla caemos en la cuenta de lo inescrutable de los caminos de Dios que, en algún punto u otro hicieron que el andar en este mundo de nuestro querido San Juan Pablo II se entrecruzara con la vida y el existir de todos estos otros grandes Santos y Santas del siglo XX. Lo anterior, nos lleva a la quizá trillada pero cierta expresión de que para Dios no existen las coincidencias.


Prolífico autor de una cantidad impresionante de documentos, desde Cartas Apostólicas hasta Encíclicas, pasando por miles de discursos, no deja de sorprendernos su capacidad creativa, la cual desarrolló desde muy joven cuando confeccionaba obras de teatro, incluso en algún punto (antes de encontrarse con su vocación consagrada) pudo haber considerado convertirse en actor de teatro. Este talento le valió la capacidad de poder comunicar ante grandes multitudes con las que frecuentemente se reunía. Por citar un ejemplo, en sus por él creadas Jornadas Mundiales de la Juventud, se llegó a reunir con audiencias de cientos de miles de jóvenes, que por cierto eran su gran pasión.


No podemos concluir esta semblanza sin platicar sobre un hecho que marcó su pontificado: el atentado hacia su vida en la Plaza de San Pedro en el año 1981. Esa tarde del 13 de mayo -día de Nuestra Señora de Fátima- "una mano disparó el arma, y otra mano desvió la bala...". Juan Pablo, en cuanto pudo recuperar el conocimiento, no dudó en expresar que fue la Santísima Virgen quien le salvó la vida, y por ello, en la primera oportunidad fue hasta Portugal a depositar la bala que le fue extraída de sus entrañas, en la corona de la imagen de nuestra Madre en Fátima, como una señal de agradecimiento profundo. Pero quizá un acto que termina de hacernos comprender un aspecto de su gran valentía, fue cuando acudió en persona a la cárcel donde purgaba condena su agresor (el turco Agca) para ofrecerle su perdón y ¡consuelo! No por nada, es bien ganado el título que espontáneamente se le fue atribuyendo después de su muerte como el de Juan Pablo el Magno.


Esta narrativa no pretende ser una exhaustiva biografía de San Juan Pablo II. Harían falta cientos de páginas para poder realizarla. Más bien, como pinceladas de un autor que vivió su juventud y parte de su edad adulta siguiendo el actuar de este inolvidable Pastor, lo que se pretende es inspirarte a ti -que te das el tiempo de leernos- en profundizar más en su obra, en sus discursos, en su espíritu misionero y evangelizador, y en última instancia en su profunda e indefectible confianza y amor por nuestra Madre la Virgen María, y en la gran Misericordia de Dios. Que su bien ganado título de "Mensajero de la Esperanza" siga guiando nuestro caminar como Cristianos y que su eficaz intercesión siga contribuyendo para que Dios le permita seguir a nuestro actual Papa Francisco por ese camino (nada fácil) de llevar el timón de la barca de Pedro.


Por eso, cuando te sientas solo, o triste, o incapaz, recuerda que no hace muchos años, existió un joven (huérfano desde pequeño) que con astucia y mucha oración se enfrentó al implacable régimen comunista, que cuando creció y fiel a su vocación, se convirtió en Pastor de almas, que llegó a ser el guía de más de mil millones de Católicos, que viajó (hasta muy anciano) por todo el mundo a pesar de haber sido baleado y llevar sus secuelas, que no dejó de luchar contra sus enfermedades hasta el último suspiro y que nunca, nunca dejó de mostrar con su rostro la alegría de ser hijo de Dios y de su Madre la Virgen.


¡San Juan Pablo Segundo, ruega por nosotros desde el Cielo!

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