Los sueños siempre se presentan como sombras en todo nuestro recorrido por la vida: cuando nacemos, soñamos con ser adultos; cuando somos maduros, se sueña con retornar a la juventud, y es que nuestra naturaleza siempre está buscando más: más aventuras, más sueños, más ideales, en definitiva, más motivos para vivir y defender tus principios, para escudriñar nuevos retos y nuevos sentidos… y esto se ha podido constatar a lo largo de toda la historia.
Vamos en una constante carrera, y lo curioso es que no sabemos ni el por qué, ni el para qué, solo corremos saltando entre minutos y horas, esquivando meses y años, y todo con el fin de buscar EL MOMENTO, ese espacio de tiempo utópico que nos hará ser felices. Vivimos los años esperando que lleguen esos buenos tiempos, los mejores años de la vida, la mejor oportunidad, el mejor trabajo, para años más tarde añorar esos momentos y publicar una foto o recordar una historia comentando: “Era feliz y no lo sabía”.
Es bueno soñar, es más, sigue soñando, pero no permitas que esos sueños nublen tu presente, o te impidan disfrutar de lo verdaderamente importante: de la mirada de tus padres, de la sonrisa de la persona que quieres, de los consejos y bromas entre amigos, del abrazo de tus hermanos, de un paisaje, de un helado, de un buen café, de un video juego, de una buena charla, cosas sencillas, con un valor inmenso que llenan el alma y dan sentido.
Grandes personajes de la historia comenzaron soñando y terminaron haciendo grandes cosas y proyectos de impacto, pero la diferencia es que ellos soñaban, no por huir del presente, sino por mejorar su futuro. Ahora en tiempo de cuarentena, es fácil mantener nuestra mente en sueños pasados, en cosas que podríamos haber vivido, pero que por la pandemia se han tenido que aplazar y dejamos de crecer, de cumplir metas y tener ideales.
Cristo en el Evangelio también impulsaba a sus discípulos a tener metas y sueños, les afirmaba que serían luz del mundo, que perdonarían pecados en todos los rincones de la tierra, que dejarían huella y que morirían dando su vida, pero felices. Se formaron, hicieron oración y después se fueron por todo el mundo transmitiendo ese sueño a todas las personas que iban encontrando por el camino, y dos mil años después siguen inspirando a miles de personas a conocer a Cristo y transformar el mundo.
Como Católicos no podemos darnos el lujo de tener una vida insípida o sin sentido, alguien que ha conocido a Cristo no puede permanecer igual, Mateo dejó la mesa de impuestos, Pedro dejó las redes y otros han dejado todo porque se encontraron con una mirada que transforma, con un amigo que dio su vida por ellos, por un Dios que desde una cruz los hizo soñar, emocionarse y descubrir una fuente que sacia hasta la vida eterna.
Los sueños deben motivar el presente, pero a veces pasamos más tiempo soñando que viviendo, y esto hace que miles de oportunidades increíbles pasen de largo, que miles de momentos felices no se puedan apreciar y que se viva en una eterna insatisfacción. Sigue soñando, pero nunca olvides los enormes detalles que vives en el presente y que tanto soñabas en el pasado y que esos sueños se deben concretar en una meta, en un ideal que de sentido a tu fe, a tu vida y a tu tiempo.
Comments