Hay un hecho innegable en nuestra vida, y dependerá de nosotros cómo queremos considerarlo: desde el día que nacemos, estamos muriendo. Estamos un día más cerca del juicio del final de los tiempos. Y claro que el encuentro con nuestro Creador dependerá exclusivamente de cómo viviremos esta vida en la Tierra. De allí la importancia de tener bien entendido que todo lo que hagamos aquí, tendrá repercusiones allá.
Nuestra vida en este mundo podría ir encaminada en dos direcciones: una con una visión beatísima, llena de caridad, recogimiento y abundancia de amor; y otra con la dirección diametralmente opuesta. La primera encaminada a la santidad a la que estamos llamados; la segunda, en dirección del castigo eterno. Nuestra vida deberá, entonces, tener un profundo sentido: no perder de vista el encuentro con nuestro Dios, que ha preparado desde el inicio una habitación para nosotros.
Los que con fe creemos en la resurrección en el último día, esa escena en que Jesús descenderá para dar vida eterna a quienes dedicaron su vida al amor, es la que más deseamos vivir. Aunque seamos nosotros mismos, con acciones muchas veces contrarias, quienes no atendemos al cien por cien los mandamientos que nos permitirían conseguir tal objetivo.
Así, podemos encontrar muchos ejemplos de hombres y mujeres que han dado todo por llegar al Cielo, incluso su propia vida, con pocos o muchos años vividos: San Esteban, Santa María Goretti, San Maximiliano Kolbe, Santa Ana Line, Beato Miguel Pro, Santa Inés, San Carlos Lwanga, Santos Cosme y Damián, Santa Juana de Arco, San Andrés Kim, y una larga lista de más católicos.
A este número, se unen 50 mártires nigerianos más el pasado 5 de junio de 2022, cuando un grupo de rebeldes yihadistas, entró en la Parroquia de San Francisco de Owo, en el estado Ondo, en el suroeste de Nigeria, y perpetró la masacre contra los fieles como parte de su acción de acoso a cristianos en el continente.

Presbiterio de la Parroquia San Francisco de Owo, Ondo, Nigeria,
después del atentado contra los fieles en Misa de Pentecostés.

El mundo es el reino de las tinieblas
Las razones por la que los católicos mártires han sido condenados a morir, los de nuestros tiempos y los antiguos, han sido dos: ser cristianos y adorar al Único y Verdadero Dios. Evidentemente, estos no son crímenes, pero, el mundo que es incesantemente anticristiano, no lo entiende así.
«El mundo en la Biblia no es la creación; son las fuerzas del mal que se oponen a Jesús. Es el reino de las tinieblas; es una sociedad marcada por lo que es anticristiano: el odio, la guerra, la injusticia, la violencia; un mundo que ha sacado a Dios. Y cuando el mundo saca a Dios, la historia se convierte en la crónica de la violencia generalizada»*.
Las palabras de Santa Perpetua siguen siendo vigentes en nuestros días: "Tampoco yo puedo llamarme con nombre distinto de lo que soy: cristiana". Y todos ellos lo sabían bien: han dado su vida por la Verdad.
El consuelo que vive en todos nosotros, que todos ellos han podido ya conocer, es la Resurrección: el encuentro cara a cara con el Dios del amor, quien ya los ha recibido con la corona del martirio por no doblar la rodilla cuando les han pedido renegar de Él.
En palabras del sacerdote colombiano Don Rigoberto Rivera Ocampo* (Arquidiócesis de Manizales):
«La resurrección no será la reviviscencia de un cadáver, sino la plenitud de la glorificación del ser humano en Jesucristo. Seremos los mismos, pero no lo mismo. Nuestro cuerpo resucitará glorioso».
En palabras de San Pablo: «Se siembra en corrupción, y resucita en incorrupción. Se siembra en ignominia y se levanta en gloria. Se siembra en flaqueza y se levanta en poder» (1 Corintios 15, 42-43).
No somos de este mundo, somos de Dios; venimos y estamos llamados a regresar al Cielo. Por eso morimos, para encontrarnos de nuevo a Dios, quien nos dará la felicidad que nuestro corazón tanto anhela. Este mundo está lleno de violencia, lleno de secularismo y de interrupción de lo cristiano, pero “Por Jesús, soy capaz de padecer aún más” (San Maximiliano Kolbe).
Y aunque este mundo esté perdidamente encaminado al mal, "solo se puede arreglar con Jesucristo, se transforma solo con Jesucristo". Pero mientras este mismo mundo sea un constante llamamiento para pasar de largo de Dios, no olvidemos las siguientes palabras que podrían hacernos mirar de nuevo el martirio no como un castigo, sino como un medio para ser eternamente felices:
«Cuando le entregamos a Dios lo que somos y tenemos, incluso lo más valioso que podamos considerar, se produce el milagro»*.
Por esta razón, los mártires ya han alcanzado el premio eterno; y nosotros estamos invitados a imitar su ejemplo de oración y entrega total por la Fe única y verdadera.
Oremos por nuestros hermanos que perdieron la vida. De ellos hablaba Jesús cuando dijo:
«Felices ustedes, cuando por causa mía los insulten, los persigan y les levanten toda clase de calumnias. Alégrense y muéstrense contentos, porque será grande la recompensa que recibirán en el cielo» (San Mateo 5, 11-12).

*: Todas las citas son de Pbro. Rigoberto R.O. (Arq. Manizales, Colombia)
ESTA REFLEXIÓN HA ILUMINADO MI AMOR POR LO DIVINO Y HA AUMENTADO EL FERVOR PARA CONTINUAR POR ESTE CAMINO.
Estimado Heriberto.
Completamente de acuerdo contigo, esta es nuestra esperanza en el Señor, de cielos y tierra, Él es nuestra garantía y será nuestro premio.
Luchemos por alcanzarlo.
Felicidades por tu aportación.