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María, dulce siempre María

Para todo hombre y mujer el primer amor terrenal que tuvimos fue aquel de nuestra madre. Desde el momento en que fuimos concebidos, ella estuvo al pendiente de nosotros, se procuró de lo mejor para que nos fuéramos formando y desarrollando poco a poco al interior de su vientre. Desde ese instante ya no solo era responsable de su propia vida sino también de la nuestra y como tal nos cuidaba como a ella misma.


El pensar en nuestra madre seguramente nos llena el corazón y la mente de cientos de recuerdos, sentimientos e incluso añoranzas que nos sacan una sonrisa, una lágrima y un suspiro al mismo tiempo. ¿Y cómo no? La madre es una de las dos figuras pilares de nuestras existencias. Y a pesar de que cada quien ha tenido una historia de amor diferente a la de cualquier otro con su madre, ese vínculo entre madre e hijos es tan fuerte que ni la fuerza física más poderosa lo puede deshacer. ¿Por qué? Porque ese vínculo nació en el cielo y tiene a Dios en su núcleo, razón y dirección.



Así es, dicen muchos teólogos mariólogos que el amor más parecido al amor de Dios, es aquel que tienen las madres para sus hijos. Si alguna vez has sentido que tu madre "te ama demasiado", ya sabes de qué estoy hablando. Ese amor, que no conoce el cansancio ni el sueño, no sabe de envidias ni de dar poco, no es capaz de pedir nada a cambio y es más, siempre está ahí para nosotros independientemente de la situación por la que estemos pasando.

Dios en el amoroso designio de hacerse hombre asumió la humanidad completamente y comparte todo lo propio de la raza humana, incluso el hecho de tener una madre que dio todo por Él desde su concepción. La madre de Jesús, María de Nazaret, halló tal gracia a los ojos de Dios que le fue confiado el cuidado, educación y desarrollo de su Hijo Único. Probablemente Dios vio de cerca a esa pequeña mujer judía y encontró en ella los dones, virtudes y carisma necesarios para llevar en su seno al Salvador del Mundo, al Emmanuel.


Alrededor del año litúrgico existen numerosas celebraciones marianas en las que se recuerdan algunas advocaciones de María, apariciones alrededor del mundo, así como momentos importantes de su vida terrenal como su concepción, sus desposorios, la visitación a Santa Isabel, etcétera. Pero, ¿sabías que existe también una fiesta dedicada a celebrar y conmemorar el Nombre de María? La Fiesta del Dulce Nombre de María, dicha celebración acontece cada año el día 12 de Septiembre y fue oficializada por el Papa Inocencio XI en el año de1683.


El nombre de María tiene muchos significados en el mundo antiguo, en Hebreo popular significa "Doncella" o "La Iluminadora", en Arameo "Señora" o "Princesa", otra traducción del Hebreo lo interpreta como "Hermosa", en Egipcio es un nombre compuesto y significa "La Hija Preferida de Dios". Como podemos ver, el nombre de María siempre ha sido asociado a figuras que nos refieren a diferentes cualidades y títulos, pero que toman un sentido real en una sola persona: María de Nazaret.


Pero, ¿por qué dulce? Bueno, la dulzura siempre ha ido de la mano al instinto maternal, es digamos algo implícito al amor que siente una madre por sus hijos. Reconocer la dulzura de María es también un bonito cumplido que nosotros sus hijos, la Iglesia de Jesucristo, le decimos desde siempre. La oración del Salve Regina lo pone de manera hermosa en sus frases: "vita, dulcedo" que sería como "vida, dulzura" y más adelante en "o dulcis Virgo Maria" que no necesita traducción. Pero por si esas razones no te convencen, piensa en todo lo que María nuestra Señora, la Madre de Dios provoca en ti. Piensa en cómo acompañó a Jesús desde Su concepción hasta Su muerte en la Cruz sin despegarse un poco siquiera de Él. Considera también que, a pesar del dolor y el sufrimiento que ella misma sentía, se queda a consolar a los amigos de Su Hijo, a los discípulos. Y cómo desde ese momento nos acompaña e intercede por nosotros aunque seamos mal agradecidos. Pero, por si todo eso fuera poco, imagínate las gracias infinitas que ha de haber ganado después de llevar en su vientre al Hijo de Dios que es el amor encarnado.


Por lo tanto, quisiera cerrar esta entrada con una breve exhortación: que en el reconocer y celebrar la dulzura de nuestra Madre Celestial podamos siempre ser fieles imitadores suyos, tanto en la manera de llevar a Jesús a todas partes, como en el nunca separarnos de Él, sin olvidarnos de imitar sus muchas virtudes pero sobre todo en el pensar, actuar y juzgar como María lo haría, para que quien nos vea y conozca en esta vida no vea nuestra luz sino un reflejo de la luz que es Jesucristo Nuestro Señor.

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