En los tiempos de los primeros apóstoles y comunidades cristianas, no era de ninguna manera más fácil ni sencillo el abandonar todo y seguir a aquel hombre que se hacía llamar Jesús de Nazaret; era igual de difícil que hoy.
Cada vez que pienso en los pasajes de los diferentes llamamientos, me llega a la mente la misma pregunta: ¿qué habrá pasado por la mente de aquel hombre que dejó sus redes y siguió a Jesús? ¿Qué sintió en el corazón para seguirlo sin cuestionar?
Definitivamente la respuesta que más calma mi mente es: esos hombres sintieron ese llamado en el corazón con tal fuerza, que fue imposible negarse; incluso ante la duda y la incertidumbre de lo que harían al minuto siguiente. Jesús no revela su identidad al momento de llamar a sus discípulos, ellos lo siguen al principio por sus méritos humanos y más adelante le continúan siguiendo conforme van descubriendo su divinidad, es decir, a medida de que Dios mismo se va revelando a ellos.
Síganme y los haré pescadores de hombres (San Mateo 4,19).
¿Pescar hombres, para qué? Esa es la primera misión que Jesús revela a los discípulos que le siguen. El Hijo de Dios hecho hombre, viene a buscar a las ovejas perdidas del rebaño de su Padre Celestial. Él no viene por las ovejas que ya están dentro del redil, sino que viene por aquellas que han sido robadas, o que simplemente se han salido. Es entonces obvio, que necesitará de manos que le ayuden a ir por todas esas ovejas que le faltan.
Los evangelios sinópticos detallan los llamamientos de los diferentes discípulos, y es claro aquí el mensaje que nos es revelado; Dios se vale de los más pobres, de los rechazados, de los débiles y viejos para comenzar su ministerio. Para enseñar y hablar del Reino de Dios.
La llamada de Dios invita a seguirlo, de nada serviría un dios que solamente nos invitara a verle o a escucharle, no. Todos los llamamientos de los apóstoles tienen un dinamismo que invita a seguir al nazareno. Si los pescadores dejaron sus redes, ¿qué habrá sentido Mateo al dejar su oficio de cobrador de impuestos? Seguir a Jesús nos llena de fuerzas para enfrentar las adversidades que naturalmente vendrán apareciendo.
Mirad que os mando como ovejas entre lobos (San Mateo 10,16).
Las tentaciones son más grandes con aquellos que siguen a Cristo más de cerca. Al contrario que Jesús, el enemigo (Satanás) no se preocupa por las ovejas que ya están fuera del redil, se preocupa por las que siguen dentro y escuchan al Pastor (Jesús). Esas son las ovejas que serán atacadas, las que serán seducidas con las mieles de campos más verdes fuera del redil.
Hace tiempo contemplé una imagen que ilustraba el camino al cielo; la imagen era simplemente una muralla que tenía dos puertas, una grande y alta con un camino pavimentado por donde uno podía caminar cómodamente; mientras que la otra entrada era pequeña y angosta, y el sendero que conducía a ella estaba lleno de hoyos, baches y piedras que hacían el camino difícil de transitar. Arriba de la puerta grande y alta estaba el diablo bailando de gusto viendo como muchas personas optaban por el camino cómodo y entraban por la puerta grande, sin embargo esta puerta no conducía al cielo; en la otra puerta estaba Dios animando a los que habían escogido el camino empedrado y accidentado para entrar por la puerta angosta y después de esa puerta les esperaba el paraíso prometido. Esa imagen resume muy bien las consecuencias del seguimiento de Jesús, seguirle no implicará en ninguna medida una comodidad, al contrario, estamos llamados a ser testigos de Jesús y eso implica ser testigos de la verdad, de la vida y de la justicia.
Jesús nos pide ser buenos (San Mateo 5,48), y eso implica no solamente no hacer cosas malas, sino buscar siempre hacer cosas buenas, obrar con la misericordia y el amor del Padre. Muchos católicos pecamos de omisión cuando no seguimos los preceptos cristianos en las situaciones diarias de la vida. Preferimos no hablar o no actuar a favor de la Verdad por miedo a ser señalados, por miedo a no tener la opinión más popular. Pues me permito recordarles algo: a Jesús le costó la vida el no tener la opinión más popular, sin embargo como Él mismo lo dijo, Él vino a traer la espada (San Mateo 10, 34-36), y sus acciones devendrán en separaciones y polémicas (la suerte del profeta).
El papa Francisco en varios mensajes a los jóvenes del mundo hace mucho énfasis en "hacer ruido". Él no quiere una Iglesia sentada en las sacristías, pide una Iglesia que salga a la calle a vivir el Evangelio y a hacer presente a Jesús en todas las situaciones. Una Iglesia llena de vida, de jóvenes que sin miedo digan sí a Dios y opten por la puerta angosta y el camino accidentado. ¿Cómo? Con los más necesitados, con los pobres, los que sufren discriminación, los inmigrantes, los rechazados, los parias de la actualidad. Si Jesús hubiera llegado al mundo en ésta época, seguramente habría ido directamente a atender a esas personas. Sin embargo Él ya vino y ya nos dejó su ejemplo, "todo lo que hagan a los más pequeños de mis hermanos, a mí me lo hacen..." (San Mateo 25,40).
En estos tiempos es muy fácil seguir a cualquier artista, a un "youtuber", a un "influencer", o a cualquier otra persona con mucha o poca fama simplemente por el hecho de que nos atrae lo que hace. Pareciera que la novedad que presenta Cristo al mundo ya no atrae, sin embargo no es problema del mensaje, es problema del receptor. El mundo de hoy busca la inmediatez, las soluciones rápidas, lo desechable, el descarte citando al Papa Francisco de nuevo. La lucha por la trascendencia ha quedado guardada para los viejos, para los abuelos. No es un problema sencillo de abordar, nosotros como Iglesia no podemos presentar a un Dios efímero que solo esté cuando tenemos una entrevista de trabajo o una prueba muy difícil. Dios está presente siempre, en todo momento y en todo lugar, Él sabe perfectamente cuándo lo necesitamos y a veces hasta nos ayuda a caminar sin que hubiéramos volteado a verle.
El llamado de Dios es actual, Él nos habla hoy en nuestro lenguaje y a través de los demás para llegar a nosotros. Una ocasión compartí una reflexión acerca de esto en un retiro que prediqué: "La voz de Dios es como una señal de radiofrecuencia, no la podemos escuchar a menos que tengamos un radio sintonizando esa misma frecuencia a la que Dios está hablando". Es decir, no podemos pretender escuchar a Dios si nuestra vida está enfocada en escuchar las cosas del mundo y solo nos movemos en torno a ello.
Para escuchar a Dios tenemos primero que poner nuestro corazón, mente y alma en su misma frecuencia. De esa manera iremos poco a poco sintonizando nuestra vida con la de Jesús, es un proceso que requiere de esfuerzo, disciplina y abandono en Dios, es el camino empedrado y angosto. Habrá tropiezos dolorosos y caídas; sin embargo el premio en el cielo es grande pues:
Felicidades Omar.
Muy bella tu reflexión sobre el seguimiento al Señor.
Lo que nos hace falta muchas veces es ese valor, esa valentía y ese compromiso que tuvieron los apóstoles y han tenido tantos seguidores de Cristo a través de la historia y que nos hace falta encontrar en estos tiempos. Decisión y coraje.
Te felicito por tu aportación.