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¿Quiénes son los santos?

Me gustaría iniciar diciendo que, el concepto del santo perfecto e intachable no es realista.


Sólo tenemos que mirar los Evangelios para ver cuán imperfectos eran los apóstoles y los primeros cristianos. Hubo un punto en sus vidas cuando cambiaron. Llamamos a ese momento el tiempo de su “conversión”, su encuentro con el Espíritu Santificador. Para los apóstoles fue Pentecostés; para Pablo, una luz cegadora en el camino de Damasco; para Cornelio, la mera presencia de Pedro.


Sin embargo, la mayoría de los santos no tuvieron experiencias dramáticas. Como hemos visto en la vida de Matt Talbot, fue el dolor, la desilusión y un sentimiento de vacío lo que lo empujó a los brazos de Dios. Pase lo que pase, los santos determinaron en algún momento seguir a Jesús. Un vacío profundo en sus almas comenzó a llenarse, pues encontraron la perla de gran precio. Todos cambiaron sus vidas, algunos su estado de vida, pero no se deshicieron de sus debilidades. Lucharon más duro, vencieron más a menudo y crecieron, como Jesús, “en gracia y sabiduría delante de Dios y de los hombres” (san Lucas 2,52).


Por ejemplo, en los Hechos de los Apóstoles, vemos el espíritu vacilante de Pedro haciéndolo miserable a él y a todos los demás, ya que tomó mucho tiempo para decidir el destino de los gentiles. El temperamento de Pablo estalló rápidamente mientras argumentaba su punto ante la reunión de los apóstoles. Juan, llamado por Jesús "hijo del trueno", tenía poca paciencia con los que no querían seguir a Jesús.


En la vida de todos los santos encontramos las siguientes similitudes:

  • Amor a Dios y al prójimo,

  • determinación de imitar a Jesús,

  • un levantamiento inmediato después de una caída,

  • una completa ruptura con el pecado grave,

  • crecimiento en la virtud y la oración,

  • y el cumplimiento de la voluntad de Dios

Estos factores están al alcance de todo ser humano, no excluyen imperfecciones y defectos. Debemos hacer una distinción entre faltas y pecados. Una persona santa guarda los mandamientos; sin embargo, puede poseer diversas cualidades humanas, disposiciones que hacen de la imitación de Jesús un proceso santificador. Estas debilidades lo hacen elegir constantemente entre él y Dios. Es en este vaciamiento de sí mismo y en el “revestirse de Jesús” que se hace santo.


La santidad es una “experiencia de crecimiento” y el crecimiento consiste en avanzar en el conocimiento, el amor, el dominio propio y todas aquellas otras virtudes imitables de Jesús.


No debemos perder de vista la santidad a medida que crecemos, porque la santidad sólo significa que Jesús es más para nosotros que cualquier otra persona o cualquier otra cosa en el mundo. Este deseo de pertenecer enteramente a Dios no excluye ser amoroso con el prójimo, compasivo, solidario, paciente y bondadoso. Nuestro deseo de pertenecer a Dios realza todas estas virtudes en nuestra alma, aumenta nuestro amor por el prójimo y nos hace más desinteresados.


Un ama de casa se vuelve santa siendo una esposa y madre amorosa, llena de compasión por su familia porque está llena del Jesús compasivo.


Un esposo y padre se hace santo siendo buen proveedor, trabajador, honesto y comprensivo porque su modelo es Jesús providente.


Tanto el esposo como la esposa se vuelven santos juntos a medida que crece su amor por Jesús. El amor les hace verse a sí mismos y cambiar aquellas fragilidades que no son como su modelo. Al hacer esto, la vida en común es menos complicada y más amorosa y comprensiva. Están unidos por el amor y la oración, el esfuerzo mutuo y el perdón.


Los niños se vuelven santos siendo obedientes, atentos, alegres y amorosos. Estas cualidades se mantienen por la gracia y la oración.


Ser fiel a los deberes del propio estado de vida y fiel a la gracia del momento no es tan fácil como parece. Nuestro temperamento, debilidades, sociedad, trabajo e incluso el clima claman por nuestra atención. Vivir una vida espiritual en un mundo no espiritual y mantener los principios de Jesús por encima de los principios de este mundo es duro, pero al alcance de todos. La paradoja es que si elegimos el mal sobre el bien, se nos adelanta el infierno en la tierra, y eso es más difícil.


El cristianismo es una forma de vida, una forma de pensar, una forma de acción que es contraria a la forma del mundo. Esto hace que el cristiano esté solo y es esta soledad la que lo desalienta de luchar por la santidad. Sin embargo, es esta misma soledad la que lo hace destacar entre la multitud. Se convierte en un faro para aquellos que no disfrutan de la oscuridad, una luz que ilumina las mentes de todos los que lo rodean, un fuego que calienta los corazones fríos.


Y lucha como luchan todos los hombres; trabaja, come, duerme, llora y ríe, pero el espíritu con el que realiza las necesidades y demandas humanas ordinarias lo hacen santo. No siempre toma las decisiones correctas pero aprende de sus errores. No corresponde a todas las gracias, pero acepta sus fracasos con humildad y se esfuerza más por ser como el Maestro. No aprueba el pecado, y aunque siempre es consciente de su propia condición de pecador, ama a su prójimo lo suficiente como para corregirlo con dulzura cuando su alma está en peligro. Es libre de tener o no tener, porque su verdadero tesoro es Jesús y las realidades invisibles. Puede poseer con desapego o ser desposeído sin amargura. Él conoce a su Padre lo suficientemente bien como para confiar su pasado a su misericordia. El Espíritu es un amigo que guía sus pasos y endereza los caminos torcidos por delante. Su tiempo y talentos se gastan en la imitación de Jesús en el siempre presente ahora.


El santo es la persona que ama a Jesús a nivel personal; lo ama lo suficiente como para querer ser como Él en la vida cotidiana; lo ama lo suficiente como para asumir algunas de sus adorables características. Como Jesús, cumple amorosamente la Voluntad del Padre, sabiendo que todo se torna en bien porque es amado personalmente por un Dios tan grande.


No nos dejemos confundir por los talentos y misiones de otros santos. Seamos la clase de santos para los que fuimos creados. No hay santos pequeños o grandes, sólo hombres y mujeres que luchan y oran para ser como Jesús, haciendo la Voluntad del Padre de momento a momento, dondequiera que estén y hagan lo que hagan.


Los santos son personas ordinarias con la compasión del Padre en sus almas, la humildad de Jesús en sus mentes y el amor del Espíritu Santo en sus corazones.


Cuando estas hermosas cualidades crecen día a día en las situaciones cotidianas, nace la santidad.


El Padre dio a su Hijo para que fuéramos sus hijos y herederos de su Reino. Jesús nació, vivió, murió y resucitó para mostrarnos el camino al Padre. El Espíritu nos dio sus dones para que fuéramos revestidos con las joyas de la virtud, el oro del amor, las esmeraldas de la esperanza y los brillantes diamantes de la fe.


No nos contentemos con la cinta adhesiva y el papel de aluminio de este mundo.


¡Sé santo, dondequiera que estés!


Este artículo es adaptación en español de un capítulo del libro "Mother Angelica’s Guide to Practical Holiness".


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1 Comment


Estimada Angie.

Gracias por tu publicación, tienes toda la razón, a veces lo olvidamos o no queremos comprometernos; pero la santidad yo creo que se alcanza como lo mencionas, comprometiéndonos y esforzándonos por alcanzarla.

Te felicito por tu reflexión.

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